Patrón también significa “modelo que sirve de muestra para sacar otra cosa igual”. Si tenemos en cuenta este significado nos vemos avocados a una encrucijada: Pablo Escobar fue y no fue el Patrón del Mal.
De qué manera lo fue: su principal cualidad fue su astucia (léase falta total de honestidad y transparencia); su frialdad para matar (léase falta de empatía y de sentido humano) era admirada por los peores hampones de su época; su egoísmo era patológico, decía que él y el papa eran las personas más importantes; fue un pedagogo que enseñó con el ejemplo una cátedra que nos sumió en el infierno: que la vida humana vale menos que la plata; su palanca financiera construyó muchas casas pero derrumbó muchos más hogares sumidos en la guerra, el miedo o las drogas; su violencia ciega no tenía objeciones para tumbar un avión lleno de inocentes o descuartizar a sus enemigos; pregonando justicia social instauró la imposibilidad de la equidad en la política de nuestro país, porque la justicia es incompatible con la mentira y el engaño; a pesar de ser un criminal despiadado, hipnotizaba, seducía y compraba hasta el punto de que hoy tenemos un documental de culto que terminó cayendo en la sombra de su poder seductor.
Como psicólogo me pregunto: ¿Cuál es el trasfondo que tiene que haber para que tantas personas de un país hagan de un hombre tan injusto, cruel, frío, inhumano y asesino un modelo a seguir? Y es aquí donde entiendo que no fue él el Patrón del Mal, sino una manifestación más del mismo, un quiebre que lo hizo visible, temible, palpable.
No lo fue porque la astucia no fue su invención, sino un nefasto valor cultural que lo antecedió; la frialdad para matar era una cualidad validada para matar campesinos, sindicalistas y marginales, pero del lado del monopolio del poder; su egoísmo patológico es la única razón para que la política colombiana haya sido y siga siendo el fiasco que es hoy en día en términos de mentiras, corrupción e injusticia social (veamos al ebrio senador Merlano abusando de su investidura para saltarse a la justicia que el mismo promulga); que la vida humana vale menos que la plata es el principal legado que nos deja nuestra religión capitalista; la utilización ciega y primaria de los recursos del Estado y de las personas naturales para perpetuar las condiciones del malestar social precedió a Pablo Escobar; la violencia ciega que no tenía objeciones para masacrar a cientos de inocentes como en el caso de las bananeras era validada por poderosos sectores sociales; la mentira, el engaño y la corrupción han sido, y son aún, actitudes aceptadas y validadas especialmente en la política colombiana (véanse las respuestas del Gobierno y el Senado ante el reciente escándalo de la reforma de la justicia; los criminales despiadados siguen hipnotizándonos, seduciéndonos y comprándonos, unos con cuello blanco, otros desde la selva, hasta el punto de que son nuestros héroes.
Ese es el trasfondo del que el maligno Pablo Escobar hace parte. Es tan oscuro y tan nuestro a la vez. Él es solo un signo de lo que somos. Solo eso explica que semejante criminal sea nuestro héroe.
El verdadero patrón de incoherencia, mentira, explotación e injusticia se sigue repitiendo y no podemos hacer nada al respecto hasta que reconozcamos que lo más maligno de todo es nuestra inconsciencia profunda.
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El Patrón del Mal
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