¿Quién se asombraría más, un joven de hoy que devolviéndose en el tiempo despertara un día en la plaza del pequeño poblado del Aguacatal? ¿o un anciano que vivió allí hace cien años y lo hiciera hoy en el parque de El poblado?
Fue apenas en 1876, con la creación de la parroquia San José, cuando se trazó el espacio para plaza, calles y solares en la Inspección El Aguacatal, nombre que recibía El Poblado en aquellos años. Así se lee en la recopilación de memorias, La historia de mi barrio El Poblado, realizada por Carlos J. Tabares, en 1986.
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En aquellos años –dice Tabares- “la iglesia era solo una ramadita, con el piso de tierra…”. Al lado izquierdo de ella vivía la familia Mesa Posada en una gran casa que daba frente a la plaza. Al lado derecho, la familia Posada Saldarriaga, y más allá quedaba la escuela de niños que ocupaba la mitad de lo que hoy es la avenida El Poblado; luego estaba la fragua y primera herrería. Al frente de la iglesia se encontraba la escuela de niñas, varias casas de familia y una tienda. Todas las construcciones eran de tapia y bahareque. La calle principal, angosta y empedrada sólo a parches, comunicaba a Medellin con Envigado.
La actual Calle 9, de la plaza hacia abajo, se conocía como la Calle del frito, pues en algunas casas elaboraban rellenas, empanadas, chicharrones, plátanos y las freían en plena calle; también vendían envueltos y papas rellenas. A partir de ahí comenzaba un camino que llevaba a las mangas donde hoy están los almacenes Éxito; también se iba al rio y a un trapiche situado en la hacienda Patio Bonito, mismo donde se encuentra hoy la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores.
Otra fuente afirma que en aquel espacio en frente del templo se estableció una plaza que estuvo destinada a feria o mercado y donde se activó el comercio de productos agrícolas y otras mercancías, al igual que el movimiento de personas entre El Aguacatal, Medellín y Envigado. Tabares, sin embargo, plantea que hasta muy entrado el siglo XX las gentes de El Poblado iban a mercar a Medellín y solo complementaban sus compras en las tiendas y panaderías del caserío.
Una plaza concurrida
A comienzos del siglo XX, en la plaza de El Poblado se daban cita quienes querían participar del convite dominical que organizaba el párroco para traer adobes de los tejares cercanos, y aportar de este modo a la construcción del nuevo templo. En el centro había una pila de agua pública de donde tomaban todos los que necesitaban; esa misma fuente se encuentra hoy en uno de sus costados del Parque.
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Las fiestas religiosas ocupaban toda la plaza y las gentes permanecían todo el día allí, pues “los domingos había poco qué hacer”. Para el Corpus, se construían altares en las cuatro esquinas con la colaboración general; las patronales de San José se celebraban con mucha pólvora; en San Isidro, se remataban desde el atrio animales y productos del campo donados por los vecinos. Para San José o La Inmaculada, la banda tocaba retretas que comenzaban desde las cinco de la mañana anunciando por las calles el inicio de la fiesta. Casi todas ellas se acompañaban de bazares a los que asistían todos en El Poblado.
En 1925 –según Tabares- se inauguró el Tranvía, pero mientras electrificaban el pequeño caserío fue activado de forma provisional el Autoferro Edwards, entre Medellin y El Poblado. Cuando se dio al servicio el Tranvía eléctrico se situó un intercambio (Cambio) en la Plaza, sobre la Calle 9; allí debía esperar el Tranvía que venía de Medellín mientras pasaba el que venía de Envigado. Antes de tomarlo o cuando se desmontaban de él, los pasajeros depositaban una limosna en la alcancía de San José que se encontraba arriba del Cambio, por la misma Calle 9. Pero no solo ellos, también los que venían a pie, a caballo, en coche e igualmente los cargueros que eran los más devotos. El Tranvía fue decayendo y para 1950 ya había desaparecido, mientras el transporte público iba en ascenso.
Residentes, usuarios y transeúntes
En los años 30 –muy recién llegado el automóvil a la ciudad- los señores Arango y Tamayo crearon la Flota Balcanes con automóviles de servicio público. Más tarde esa Flota cambió de nombre por Flota Medellin y, a comienzos de los años 50, por el de Flota Bernal que conserva hoy, por Oscar Bernal, cofundador de la antigua Flota Balcanes. Sus conductores estaban siempre bien vestidos, con pantalón, camisa y zapatos embetunados. Los usuarios eran, en su mayoría, residentes de las fincas y mansiones, quienes se transportaban de manera tranquila y segura en aquellos automóviles que salían del parque principal.
Podría decirse que el servicio de taxis, con 91 años, es uno de los habitantes más constantes de este espacio público. En cambio –quien lo creyera- los residentes vegetales de este pequeño pulmón urbano han cambiado con el tiempo. En la segunda década del siglo todavía se encontraba un carbonero en la esquina de la 9 con la vía de Envigado. A la sombra de la ceiba situada frente a la Iglesia, en medio de la avenida El Poblado, y que aún permanecía en 1986, algunas señoras vendían frutas y gelatinas, y años más tarde, se ofrecía también el periódico. Aquellos árboles fueron derribados en las distintas ampliaciones de la avenida.
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La reconstrucción del parque en los años 40 implicó la siembra de más de 20 palmas fénix, una especie exótica que con sus 20 m. de altura y 14 de diámetro de copa lo flanqueaban. Hoy queda solamente una, porque las demás se fueron secando o las tumbaron con las sucesivas remodelaciones. Un carbonero zorro sembrado probablemente en esos mismos años, ubicado sobre la Calle 10, muy cerca de la avenida El Poblado, es otro habitante cuya presencia ha sido un referente paisajístico. En el separador central de la avenida, frente al Templo y el Parque, hay un guayacán rosado, dos ébanos y dos piñones de oreja jóvenes que vinieron a sustituir a cuatro laureles que fueron talados en 2007 durante la remodelación de la avenida desde Almacenes Carulla.
Sobre el separador central de la carrera 41, entre calles 10 y 10A, se encuentra una ceiba bruja, una especie nativa de la América tropical, la cual parece ser el árbol más antiguo de El Poblado plantado probablemente a finales de los años 20 o principios de los 30. Desde la parte alta de la Calle 10 y la 10A se tienen como herencia de la familia Echavarría dos palmas zanconas y un algarrobo; las palmas probablemente sean las más altas y antiguas que hay en Medellín. Estos árboles también fueron introducidos en aquellos años.
En los años 50 y 60 del siglo XX, El Poblado se integró a la zona urbana de Medellín y la apropiación urbana alrededor del Parque cambió de manera radical: la antigua Calle de Medellin que conducía al centro de la ciudad se amplió para dar paso a los automotores, aparecieron las zonas de comercio formal para atender las necesidades de los nuevos habitantes y en los años 60 y 70 se fundaron nuevas parroquias en los barrios periféricos.
Desde la década de los 70, la calle 10 se configuró como eje de circulación del barrio, pues pasa por el parque principal, a una cuadra del Parque Lleras y sirve de conexión entre las residencias y el centro de la ciudad. A partir de esa década comenzaron a presentarse importantes cambios en los usos del suelo, pasando de uno residencial a otro comercial y de servicios, tal y como se presenta en la actualidad.
Con un área de 4.800 m2, el Parque de El Poblado fue declarado en 1987 Bien Inmueble de Interés Cultural Municipal, durante la alcaldía de William Jaramillo Gómez. Su valor patrimonial es el un parque cívico, es decir, un lugar referencial para el encuentro e intercambio ciudadano.
Del centro de la comuna 14 – El Poblado también hace parte la Zona Rosa, la cual se conformó hacia los años 90, cuando de las viejas casas empezaron a emerger bares, licoreras, restaurantes y discotecas. Allí se encuentra la mayoría de los sitios de rumba que -según el Municipio- tiene hoy esta Comuna con permiso para funcionar hasta entrada la madrugada. Esto ha generado roces permanentes entre comerciantes y residentes. Otras de las quejas de la comunidad tienen que ver con la inseguridad, la ocupación del espacio público, las congestiones de tránsito y el turismo sexual, según se lee en Vivir en El Poblado del 18 junio de 2011.
Jóvenes al Parque
Desde esos años, el parque de El Poblado ha sido el lugar de encuentro nocturno de artistas y estudiantes, a quienes es común encontrar allí tomándose unas cervezas o aguardientes. Pero en 2017 la preocupación fue general cuando el nuevo Código de Policía y Convivencia prohibió el consumo de licor en espacios públicos, lo que atentaba contra una costumbre sencilla que habían instaurado los jóvenes de sentarse en el parque a tomarse una cerveza y conversar con amigos. Como acto de resistencia, éstos se reunieron en varios Concervezatorios en el mismo parque, que terminaron cuando más de 40 miembros del ESMAD hicieron presencia allí, en un despliegue desproporcionado de fuerza.
Hoy en día las dinámicas del parque se transforman dependiendo de la hora y el día. En las mañanas es lugar de encuentro para adultos y personas de tercera edad, quienes salen de sus casas a tomar un poco de aire, saborear un tinto, charlar un rato y compartir historias y anécdotas. Otra cara adquiere el parque en las noches de la semana, cuando se convierte en lugar de tránsito de ejecutivos y demás habitantes de El Poblado. Los jueves, viernes y sábados, el parque es ocupado por tribus urbanas que se reúnen en un espacio diferente y grupos de jóvenes para compartir un trago, fumar y discutir temas de sus vidas. También es punto de encuentro de personas corrientes, espacio para tardear y pasar el tiempo mientras llega la noche.
Al interior se encuentra una amplia plazoleta, que puede servir como mediatorta, jardines separados por rejas de no más de 70 cm. con una variedad de plantas sembradas; senderos internos de piso duro, bancas de madera y metal, y en la esquina de la avenida con la Calle 9, un CAI que alberga cerca de cuatro policías que tienen a su cargo la vigilancia del lugar. Sobre el costado de la carrera 43B se encuentra el acopio de taxis y otras casetas ambulantes que ofrecen comidas rápidas.
En el parque se reúnen varios grupos o subculturas urbanas, como punks, skinheads o cabezas rapadas, raperos, skaters; también personas de la comunidad LGTBI, antes de iniciar su rolling por la ruta incluyente, que comprende, además, la calle 10, el parque Lleras y Provenza, donde socializan y se divierten sin el temor de ser juzgados o agredidos, como sucedía en décadas pasadas en Medellín.
Indiscutiblemente, el parque de El Poblado es un rico escenario de diversidad cultural.