“Había empezado a vislumbrar que no se vive, qué carajo, se sobrevive, se aprende demasiado tarde que hasta las vidas más dilatadas y útiles no alcanzan para nada más que para aprender a vivir” Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca
A Álvaro Uribe Vélez es como si la vida y su vida política le estuviera haciendo vislumbrar que debe aprender a vivir, ahora que las derrotas electorales le muestran que a su insaciable ambición de poder se le está secando ese caudal del que ha bebido tantos años que se han hecho eternos -Zacarías, en El otoño del patriarca, duró más de cien años en el poder, Uribe lleva más de veinte por él mismo o sus enviados-.
Le puede interesar: Vivimos en la incertidumbre
Hoy, como nunca, hace lo posible e imposible por aparecer escondido en la sombra como ha sido su táctica de manipulación para mantener el poder en cuerpo ajeno, algo que le hizo crisis en el gobierno de Duque con cifras de impopularidad de más del 70 %, que así arrastraron las suyas, muy a pesar de que él hizo de todo por separarse algo del presidente; lo que es imposible, pues fue “el que dijo Uribe” y el CD el partido de gobierno. Vislumbrando ese ocaso, en la actual campaña electoral, nuestro patriarca ha tenido que admitir que no apoya abiertamente (subrayo) al candidato de la derecha, pues su caída de popularidad, requerimientos por la justicia, reputación, como él dice, le quitan votos y no le suman.
En la historia política de Uribe se muestra muy claro que sus perversas y dañinas pasiones, con las que tanto brilló en un pueblo con muy poca formación política y ciudadana, terminarían conduciéndolo al otoño y al ocaso. Un artículo de hace seis años, de la gran maestra, filosofa y eticista Beatriz Restrepo Gallego, Perfil del expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez, muestra con toda su solvencia y claridad cómo esas pasiones abrazaron totalmente al expresidente y lo han ido consumiendo hasta su lánguido ocaso de hoy. Es bueno reseñar brevemente este artículo.
Durante la presidencia de Uribe, e inmediatamente después, sucedieron graves hechos que terminaron por “obnubilar su inteligencia, desorientar su sentido político y acrecentar su ambición hasta alcanzar la desmesura y la egolatría que conocemos”. Algunos de estos hechos son: su fracaso en derrotar a la guerrilla militarmente, pese a haber contado con múltiples recursos y apoyos, lo que generó un período de enorme violencia armada, masacres, cientos de muertos, ataques a poblaciones, desplazamientos y mucho más. Todo lo anterior llevó al Estado a cometer delitos de lesa humanidad, como los falsos positivos, incentivados por perversos beneficios.
Hechos como estos, entre varios otros, han llenado a Uribe de amargura y le han suscitado “las más dañinas pasiones: el odio y la venganza”, muy dañinas tanto para sí mismo como de un gran daño para los otros. Las mismas pasiones, dice la recordada filósofa, han sido el motor de sus comportamientos como presidente, como expresidente, como senador, y después como caudillo popular, “frente a los cuales tengo reservas por considerarlos perjudiciales para el Estado y deseducadores de la ciudadanía”. El buen ejemplo, agrego, que constantemente reclama Uribe con su muy pobre autocrítica, ha sido en varias o muchas ocasiones todo lo contrario.
También lea: Es la inequidad, estúpido
Como caudillo carismático ha generado una grave polarización mediante argumentos falaces y un lenguaje incendiario. En esa dominación carismática la racionalidad no cuenta, dice citando a Max Weber, y es necesario apelar a motivos afectivos como emocionales que den solidez a las relaciones y generen una entrega plenamente personal, llena de fe que surge de la admiración por el caudillo, del miedo o la esperanza. El discurso de Uribe “siempre amenazante de los terribles males que sobrevendrán al país si no se aceptan sus posiciones, generando el miedo que ha sido -desde siempre- una de las herramientas políticas más eficaces y deshumanizadoras.”
Uribe, como todo líder carismático, reúne los rasgos de esta figura como los describe Weber: el estado de “poseso”, por un ser superior o una tarea redentora de la que se apropia y el “frenesí bélico”. Así, comparte un rasgo común con los héroes trágicos griegos: la desmesura (La hibris, concepto griego que se traduce como desmedido orgullo y arrogancia. Hace referencia a un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres). Causa, a la vez, de su grandeza y de su destino fatal.