/ Juan Felipe Quintero
Tomar vino dista mucho de embriaguez, de sumar copas terminadas, de dedicar a las ánimas, hartar y caer vencido. Tomar vino es otra cosa. Es conversación, comer mejor, tener un buen día siguiente, crear amistades para el resto de la vida. Y está a su alcance, porque blancos, tintos, de burbujas o rosados no son para privilegiados. No. El estrato del vino no es el 8. No. Es la propia mesa. La suya.
Ahora, hay mesas de mesas y esta que les compartiré puede ser la mejor de todas para descorchar. ¿Le gusta el Carmenere? ¿Lee sobre Sauvignon Blanc y hace agua la boca? ¿Se muere por el Lambrusco? ¡Le tengo el lugar!
De entrada, allí respetan el vino. Saben que así como una gaseosa o una cerveza van heladas, como a 4 grados, y una cazuela de mariscos no sale tibia a la mesa, el vino tiene reglas. No abren la botella a pleno facilismo, saben que blancos, rosados y de burbujas se sirven a 6 grados y que los tintos van al clima… al clima de Manizales, a 18 grados. Un servicio correcto garantiza sabores y aromas.
En este lugar además tienen copas. No son gruesas, cortas y pesadas, que ni provocan para tomar agua. No. Sirven en cálices amplios, de cristal delgado, transparentes, además limpios.
El mesero es cercano, amable, oportuno y está informado. Después de abrir la botella no te arrincona con el corcho, solo te dice con sutileza que este ni se huele ni se prueba; solo se recibe y se pone en la mesa. Tampoco te mete en líos cuando hace el primer servicio, el que va para una sola persona con fines de aprobación. Aquí la pregunta implícita no es si el vino está rico sino si está sano y se les puede compartir a los demás. Con naturalidad invita a emplear vista, olfato y gusto, sin embalar a nadie.
También te cuentan una historia. Porque el vino las trae y por eso apasiona. Que esta etiqueta la pintó Ralph Steadman. Que esta botella rinde tributo al general San Martín. Que no existe el champaña australiano. Que la Cabernet Sauvignon celebra su día mundial cada abril. Que el enólogo que creó este Malbec fue elegido como el mejor del mundo en 2012 y que hay otro que pone a sonar cantos gregorianos en su sala de barricas, día y noche. Que si te gustan los aromas a frutas y a flores el tuyo es un Torrontés. Que unos chilenos innovadores elaboran su bebida en tinajas de barro. Que esta viña fue la que ganó el Juicio de París en 1976…
Por supuesto, no te abandonan ante una posible y natural metida de patas, y te lleva a un recorrido por el maridaje: en una palabra, “casao”, en más, el matrimonio ideal en sabores y aromas entre vino y plato.
Fantástico lugar, donde el pago de la cuenta no se lleva el protagonismo, donde se quiere regresar y referir ¿Que dónde queda? Pues está difícil. Conozco varios buenos lugares, pero sé que pueden dar más, y hay otros que sirven como con las patas.
Ahí le dejo el reto, querido restaurador.
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