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Por: Miguel Ángel Ruiz García “El liberalismo, considerado durante mucho tiempo como una filosofía de corto alcance, ha conocido en la segunda mitad del siglo XX un notable resurgir. Este renovado interés por una doctrina que hasta no hace mucho se consideraba como la simple traducción de las aspiraciones de la burguesía se debe en primer lugar al agotamiento de los movimientos políticos e ideológicos que pretendían proponer en Occidente una alternativa global a la sociedad nacida a finales del siglo XVIII (…) El pensamiento liberal tuvo el mérito de crear lo que se podría llamar el idioma político de la modernidad, en el cual acabaron por ser formulados todos los problemas políticos”(1). El liberalismo es una doctrina filosófica y política que proporciona orientaciones para la organización humana de la acción en las sociedades modernas. Varios de los presupuestos teóricos y de las ideas que se acuñaron en el campo teórico del liberalismo han penetrado en la conciencia común de las personas y han incidido en el trato intersubjetivo cotidiano: la exigencia de respeto a los derechos humanos, el imperativo de respeto a la dignidad de las personas, la libertad de conciencia en temas religiosos, la libertad en la formas de vida, la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos, el derecho a la libre expresión de las ideas, la demanda de un trato igual en la distribución de los bienes sociales, la autonomía de la sociedad civil y, sobre todo, la democratización de la capacidad reflexiva de las personas respecto de la construcción biográfica de su identidad, entre otros, forman parte de la cultura política tanto del experto como del lego, de modo que puede afirmarse que respecto al liberalismo ya no se trata exclusivamente de una doctrina que defiendan los intelectuales en sus universos académicos sino también de una representación social compartida vinculada a la manera como vemos, comprendemos y queremos que esté organizada la vida política de nuestras sociedades y de nuestras instituciones. Como creación humana, el objetivo de la invención del Estado es garantizar la seguridad y proteger los derechos individuales, lo cual implica que el Estado no puede amenazarlos o poner en peligro su libertad. Los derechos individuales representan un mecanismo que limita el poder del Estado. Sobre esta base, el liberalismo distingue entre el Estado y la sociedad civil pero con funciones complementarias: el Estado regula mediante la ley, de la que no es autor, la libertad de los individuos y éstos controlan, mediante el mecanismo de la asociación –el contrato- el poder del Estado: lo que caracteriza al liberalismo considerado en su conjunto, es que considera la distinción entre el Estado y la sociedad como un dato natural e insuperable, o al menos como un progreso decisivo de la civilización moderna, y que rechaza a la par la idea de una dominación completa del Estado sobre la sociedad (estatismo) y la idea de una absorción de la organización política dentro de la sociedad (anarquismo)”4. Hay una variedad de matices en esta controversia en torno al papel del estado y de los individuos en la definición de gobierno civil y temporal de la sociedad. El debate incluye reflexiones morales, jurídicas, constitucionalistas y de economía política. En todo caso el pensamiento liberal pone de manifiesto que la pregunta por el tipo de gobierno más conveniente para el equilibrio y la cooperación social pasa por la redefinición de la identidad política, moral y jurídica de los individuos. | ||||
*Profesor Asociado de la Universidad Nacional de Colombia-Medellín. Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Escuela de Estudios Filosóficos y Culturales. | ||||
El Liberalismo
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