Cuando Julio empezó a estudiar Comunicación Social – Periodismo en la Bolivariana, tenía 17 años. Era el año 1982. Muy pronto, en las discusiones académicas cotidianas, se evidenció que tenía muy claro el papel que, en su opinión, debería cumplir el periodismo.
Con esa cautivante mezcla de respeto, humor ácido y sentido crítico que siempre lo caracterizó, cuestionaba en clases las agendas periodísticas de los medios de comunicación, basadas en la información oficial, y el que los periodistas no cubrieran temas sino edificios. Se refería, por ejemplo, al Palacio de Nariño, o, para el caso local, La Alpujarra, el Concejo y el Olaya Herrera, entre otros. “Esa información no le llega decantada al ciudadano común, ni le llega convertida en nada que sea práctico en su vida cotidiana, no le cambia ni le afecta la vida, con algunas excepciones, claro, como un impuesto general, un toque de queda, cambio de cédula, o cambio en la legislación laboral”, decía.
El valor de la palabra
Esos vacíos que encontraba en la prensa y lo escandalosa que por lo general le parecía, lo motivaron cuando sólo tenía 24 años a fundar Vivir en El Poblado, el primer periódico barrial y gratuito que tuvo Medellín y el país, el que sirvió de ejemplo a otros para intentar publicaciones similares: “Con los medios que había en ese momento, uno podía tener información general de Bogotá y del resto del mundo. Pero información de su localidad, de su barrio, de los líderes cívicos, de lo que está ocurriendo en su entorno inmediato, de lo que pasa con sus impuestos, de lo que pasa con sus necesidades, del hueco que está exactamente al frente de su casa, de eso no había nada.”
Vivir en El Poblado
Bien diciente de su personalidad tozuda y emprendedora es también la época en que fundó el periódico: “Eran los años 1989 – 1990. Estábamos en toque de queda, estábamos en plena guerra con Pablo Escobar y había bombas todos los días” -recordaba Julio hace apenas cuatro meses. “Era la situación general de la ciudad y del país, toda la economía se paralizó de una manera muy particular: la gente dejó de invertir”.
Pero allí donde otros vieron el acabóse, Julio vio la oportunidad y no se equivocó. Insistía en que ante las crisis, la solución no era lamentarse y mucho menos cruzarse de brazos. De hecho, aún en la crisis económica mundial del año pasado, Julio insistía en que no se podía dejar de invertir, y aconsejaba a sus amigas no recortar gastos ni en las cepilladas ni en la visita mensual a un restaurante porque se generaba un efecto dominó. “Si nadie gasta, la economía no se mueve”, decía.
“Yo trabajaba en una agencia de publicidad –recordaba sobre el nacimiento del proyecto- y a través de conocer las necesidades de la agencia me di cuenta de que había una oportunidad desde el punto de vista comercial si se hicieran medios especializados, que aquí no existían, para hablarle a un público en particular, con una afinidad común. En el caso de los barrios, el denominador común es el lugar de habitación”. Y visualizó una publicación en El Poblado.
Simultáneamente debía definir el contenido y la financiación. Pronto tuvo claro que sólo si el periódico era gratuito, se podía garantizar su sostenibilidad. “Lo que quería hacer era un periódico que tuviera una información imprescindible, porque yo creo que el otro periodismo es absolutamente inútil, un esfuerzo enorme, millones y millones de pesos, miles y miles de kilómetros de papel quemados, tinta, fotografías, concursos, gente muy importante en cocteles, para nada porque el periódico sirve absolutamente para nada, por eso es que que cada vez pierden más espacio, porque la gente simplemente puede vivir sin ellos”.
El ingenio de Tom
Hace dos décadas, entonces, Julio renunció a la agencia publicitaria y continuó dando clases de diseño editorial en la UPB. Era noviembre del año 90 y para entonces Julio era -y seguiría siéndolo por muchos meses más-, el hombre orquesta: “Yo hacía las caricaturas y me firmaba Tom, y escribía los artículos con seudónimos para que pareciera mucha gente, ¡de dónde iba a sacar yo los periodistas si no tenía plata! Hasta puse una frase: “La información, más que un derecho es una necesidad. T. Wolf”. Y creo que la inventé yo, esa cita no es real, pero si la ponía yo, Julio Posada, quién me iba a creer.”
Uno de sus sueños era “que el periódico fuera una empresa real”, y la vida le alcanzó para verlo cumplido, aunque no tanto como hubiera querido disfrutarlo. “Soñaba con que el periódico tuviera personas que llegaran a trabajar a las 8 de la mañana y salieran por la tarde, porque el error que veía en muchas empresas de comunicadores es que eran para hacer por la noche, en el tiempo libre, y uno en el tiempo libre no puede hacer ninguna empresa porque no puede trabajar, porque está cansado. Esto es una empresa que ocupa todo el tiempo. Para mí, es claro que esta empresa es parte de la vida de la gente que trabaja en ella, de su escala laboral, es parte de su sueño” -nos decía. A su muerte, 17 personas hacen parte de este sueño.
Una vida bien vivida
A Julio no le gustaban las ruedas de prensa ni los eventos sociales; era dueño de una no falsa modestia y le encantaba el bajo perfil. Gracias a un muy buen sentido práctico, Julio tenía la virtud de convertir en fácil lo difícil. “De a una cosita a la vez”, decía con frecuencia a quien veía enredado en algún asunto de la vida diaria. Trabajador incansable hasta las horas que fuera necesario, su oficina también era un desfile de amigas y compañeras de la universidad con quienes siempre mantuvo el contacto.
Así, amigo de sus amigos, firme en sus convicciones personales y profesionales, optimista y sonriente, lo recordaremos.