¡Suena el pito! La adrenalina se dispara y la energía recorre el cuerpo entero. Los que están afuera toman partido por unos u otros, se activan las respuestas emocionales propias y, por un momento, el tiempo se detiene; solo estamos aquí y ahora.
Existe un elemento que ha acompañado a todas las personas a lo largo de generaciones, en alguna etapa de la vida, en la historia reciente y menos reciente de la humanidad: un bien común. El deporte, como integrador de la experiencia humana, ha llegado a cada rincón de nuestra sociedad, penetrando los espacios más íntimos a los que pocos elementos acceden, mientras nos conecta con un todo colectivo. En él se establece no solo un vínculo entre semejantes, sino también un puente entre distintos. Y al final, allí estamos, compartiendo un interés, una conversación familiar, un espacio con amigos, un momento a solas o, incluso, uno con desconocidos.
La Maratón de Nueva York reúne a más de 55,000 corredores y 2 millones de espectadores, generando un entorno de unidad y celebración colectiva. En India, el Día Internacional del Yoga moviliza a 50 millones de personas simultáneamente, reforzando valores como la paz y la conexión espiritual. El deporte, como manifestación cultural, nos devuelve a aquello que es “común”, fortaleciendo el sentido colectivo de la común-unidad (comunidad), un valor escaso en una era que reivindica las libertades individuales por encima del bienestar colectivo.
Y ni qué decir del papel que juega en la construcción de capital social en sociedades fragmentadas como la nuestra, donde el deporte genera dinámicas comunitarias de integración, posiciona nuevos referentes y recupera vínculos sociales de confianza, indispensables para una sociedad en proceso de reconciliación. Si bien el deporte no logra una transformación social al sonar de “en sus marcas, listos, fuera”, ni tampoco como único elemento presente, la evidencia científica lo señala como un medio que nos permite coincidir en espacios donde antes solo existían encuentros improbables.
En 2003, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 58/5, que reconoce el poder del deporte en el desarrollo de los países. Desde entonces, ha impulsado múltiples iniciativas en todo el mundo. En 2014, el Comité Olímpico Internacional obtuvo estatus de observador permanente en la ONU, y un año después, el deporte fue reconocido oficialmente en la Agenda 2030 de las Naciones Unidas.
Mientras tanto, una drástica reducción presupuestal ha generado una crisis sin precedentes en el sector deportivo colombiano. Para 2025, el presupuesto del Ministerio del Deporte se reducirá en un 65 %. Esta disminución no solo deja en un estado financiero crítico a todas las federaciones y pone en riesgo la participación de los y las atletas en competencias internacionales, sino que también amenaza la garantía de un derecho fundamental. Un derecho que debe ser protegido por el Estado y cuya estructura debe sostenerse sobre la base del acceso igualitario al deporte, desde Jiguamiandó en el Chocó hasta El Poblado, en Medellín.
Es imperativo que actores empresariales y de la sociedad civil se integren a la construcción de un modelo de industria deportiva sostenible, en el que el deporte social sea columna vertebral y no nota al pie. Hay un juego en marcha, una cancha en la que todos podemos entrar y mover el marcador a favor de la vida.
¡Suena el silbato! La adrenalina se dispara y la energía recorre el cuerpo entero. En este juego común, ganamos todos y todas.