Un retrato no es solo la descripción minuciosa del aspecto físico de un individuo, como lo define el diccionario. Hay retratos que trascienden la representación física por el brillo de la mirada, el dibujo de la sonrisa, la pausa visible en las manos, el tono imaginario de la voz. Son retratos a los cuales es difícil llegar, se debe conocer bien el personaje. También hay retratos de personajes que crean personajes, quizá en ellos está la representación. Vamos a ver. Un retrato de Laura Restrepo, escritora, debería seguir el rumbo de los personajes que ha creado, conocido, con los que ha convivido en sus novelas, que ha construido literariamente durante su vida de narradora y periodista. A pesar de que puede parecer una afirmación sin piso, creo cierto que Laura Restrepo escribe situaciones, angustias, amores, alegrías o desvelos que de cerca o, por interpuestas personas, la han conmovido hasta la necesidad de contarlas, de sacarlas de la oscuridad o hasta la obligación de dejar testimonio de las aventuras y desventuras de los personajes. No podría ser de otra manera, la literatura es una manera de vivir, de ver el mundo, de expresarlo. Tal vez porque en todo existe un más allá que no lo da la realidad, pero encuentra en la ficción la interpretación de la supuesta realidad, como lo dijo ella misma en alguna entrevista, la literatura es la historia.
En su último libro, recopilación de siete relatos bajo el título: Pecado, el mal como oposición al bien está en el centro de cada uno. El telón de fondo de todos ellos es El jardín de las delicias, el tríptico estremecedor y desbordante de imaginación que Hieronymus Bosch, El Bosco lo llaman en España, pintó en 1515. El tríptico es una pintura donde el Paraíso, el Jardín y el Infierno comparten vecindario. Felipe II lo compró en los países bajos poco después de que el pintor lo terminara y lo llevó a El Escorial; a su muerte, el tríptico pasó al Museo de El Prado. Fue seguramente allí, en la sala cincuenta y siete donde Laura Restrepo, en uno de los viajes con su padre, lo vio por primera vez. La mirada premonitoria que el pintor exteriorizó allí del mundo y sus delicias y sus placeres y sus miedos y sus dolores la cautivó. Y es posible que los cientos de personajes desnudos, desde Adán y Eva en el paraíso; hasta el diablo camuflado entre dos orejas y un cuchillo o con figura humana y cabeza de animal en el infierno; pasando por los hombres y las mujeres que cabalgan desnudos en torno al lago, donde otros juegan y coquetean, sobre animales indescriptibles; han sido, como representación del mundo en que nos tocó vivir, el hilo conductor de las novelas, doce hasta ahora, de Laura Restrepo.
Por esto me atrevo a decir que hablar de Laura Restrepo, escritora y periodista, no es posible sin hablar de personajes que en Pecado descubre como habitantes del tríptico de Hieronymus Bosch, pero vienen tras sus ficciones desde los años de su primer cuento. Como no pensar que Agustina y Aguilar, protagonistas de su premiada novela, Delirio, se encuentran en algún lugar de ese jardín multitudinario; o que María Paz la colombiana emigrante a Estados Unidos en Hot sur no es la mujer que mira su reflejo de insecto en un espejo del Infierno de Bosch. La “guerra sucia” en Argentina de Demasiados héroes, campea en los rincones del Jardín y el Infierno, Lorenza su protagonista no es solo una de esas mujeres desnudas que aparecen en todas partes, es todas ellas. Incluso los militares mexicanos y sus esposas que vivieron la tragedia de La Isla de Pasión y fueron objeto de una rigurosa investigación histórica por parte de la escritora tienen su lugar entre la multitud; lo mismo que “La mona” de Dulce compañía o las prostitutas de La novia oscura o, con mayor razón el adúltero Campocé; Arcángel el adolescente; las vanidosas Susanas; Emma la descuartizadora; la pareja que vive en el incesto; La Viuda y el verdugo; incluso Siríaco el profeta; todos personajes de Pecado y con lugar asegurado en el tríptico de Hieronymus Bosch.
No se llega a este momento en la obra de una escritora sin un trabajo constante, dedicado, con mirada curiosa y disciplina imperturbable. Laura Restrepo escribe desde muy joven, su primer cuento lo escribió a los once años. Entre sus primeros trabajos está el periodismo, que ejerció en el terreno, la llevó a la militancia política y a su participación en la Comisión de Paz que, en 1983, negoció con el M-19. También vivió el exilio en México y ha trabajado con las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina. Ahora está radicada en España y mantiene intacto su interés por “investigar la actualidad y presentar en sus novelas un referente histórico comprobable. La literatura es una vía de exploración y de alguna manera de exorcismo”, comentó en otra entrevista.
Por todo esto pienso que Laura Restrepo ha observado de lejos y de cerca, ha investigado y ha escrito desde los ángulos posibles de sus novelas este jardín de delicias que nos tocó en suerte. Vivir en El Poblado conversará con ella el viernes 9 de septiembre en el Planetario. No lo olviden.