El Hermafrodita dormido, la escultura clásica y la crisis de la experiencia estética

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La obra tiene lugar de privilegio en la producción de Fernando González. Es uno de los representantes más singulares en tres géneros sin residencia fija en el canon literario colombiano
Por Efrén Giraldo
El Hermafrodita dormido es una de las obras más llamativas en la producción de Fernando González. La primera edición consta de doscientas veintitrés páginas con doce ilustraciones que reproducen las esculturas vistas por el escritor en colecciones italianas durante su estadía como cónsul en Génova. Estos objetos gráficos, de autor desconocido, deben entenderse no sólo como un recursoa editorial habitual en ediciones de la época, con el que se buscaba poner al lector en contacto “más directo” con el arte referido. Se trata, más bien, de la declaración de dependencia con el tema más importante del libro: la belleza en la escultura clásica.

Si bien es una obra donde aparecen temas y apuestas formales usadas por el autor durante década y media de trabajo literario, El Hermafrodita dormido tiene lugar de privilegio en toda su producción. De hecho, es uno de los representantes más singulares de tres géneros sin residencia fija en el canon literario colombiano: la literatura de viajes, el ensayo literario y la crítica de arte.

Tal confluencia de intereses genéricos, con el pluralismo escritural que comporta, nos ayuda a situar el libro. Por un lado, se identifica al autor reconocido: el que fustigó a los connacionales, se pronunció contra la Europa moribunda y se atrevió a formular programas políticos y culturales para Colombia y Suramérica, es decir, el González que forjó una personalidad propia como escritor y filósofo “de la autenticidad”. Pero, por otro, se manifiesta también un autor irrepetible: el que, embelesado, toma la pluma para evocar la experiencia con obras de arte que le dejaron una huella profunda. Por ello, como en otras obras (por ejemplo, El remordimiento) aparece una tensión entre cristianismo y paganismo, entre sensualidad y ascetismo, la cual se proyecta sobre el propio yo, en trance de apreciar y comprender, en este caso una obra de arte. Si en un punto leemos que Cristo es “la felicidad del camino”, también nos encontramos con repetidas vindicaciones hedonistas. Dice que “el ojo es tacto especializado” y que escribe “porque los mármoles se alejan de” [su] “alma”.

Tres temas predominan. Por un lado, la figura de Mussolini, que responde al interés en las personalidades y los caudillos, característico de libros precedentes, como Mi Simón Bolívar, y posteriores, como Mi compadre o Santander. Por el otro, una pregunta por el ser nacional y continental, que, como se sabe, llevó a plenitud en Los negroides, obra que González escribió tres años después y que dedicó al destino de los países que formaron la Gran Colombia. El otro tópico está en la experiencia de contemplación de obras de arte, así como la participación de las afluencias masivas a los museos, que hasta ese entonces hacían parte del grand tour y que por esa época empezaron a hacer parte de la industria turística.

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La forma de El Hermafrodita dormido consolida el estilo singularísimo del autor. Se trata de un libro misceláneo, “monstruoso” desde el punto de vista genérico si se quiere. Lo narrativo, lo argumentativo, lo anecdótico y lo reflexivo se reúnen para formar un escrito atribuido a una voz ficcional, Lucas Ochoa, de quien Fernando González es sólo el amanuense. Se trata de una obra hecha de frases cinceladas con firmeza, como epigramas en bajorrelieve, concebidas bajo los rasgos estilísticos del apunte, la entrada de diario y el aforismo, y que obedecen, como lo dice el mismo autor, al principio de sustracción, aprendido en Miguel Ángel.

(Este es un fragmento del posfacio de la edición de EAFIT y la Corporación Otraparte, escrito por el profesor de Humanidades de la Universidad, y presentado en la pasada Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín).

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