El vocablo “fanatismo” proviene de dos raíces: fan – ismo
Fan: representa al seguidor y aficionado, al simpatizante y admirador
Ismo: alude a inflamación, crecimiento abultado, desarrollo exagerado.
Utilización del término
En el lenguaje cotidiano acudimos a dicha expresión para referirnos a una actitud de personas o de grupos en virtud de la cual ellos se adhieren – y lo hacen con furor – a alguno de los múltiples factores que se presentan en el día a día de la casa común, de la sociedad.
La persona y el fanatismo
Entremos ahora a considerar el proceso personal que se puede vivir de cara al fanatismo contemplando, para ello, dos dimensiones propias del ser humano.
Primero: las personas tenemos la capacidad de decidir y de situarnos ante las circunstancias que nos rodean. Por ejemplo: lo hacemos ante el quehacer político, ante los factores que conforman los criterios sociales, ante las aficiones deportivas, ante las creencias religiosas. Estos aspectos, y otros muchos, irrumpen en el devenir de los humanos con la fuerza de un imán: los atraen, los seducen y los cautivan.
Segundo: en la historia personal cada quien, después de ubicarse ante esas facetas, involucra allí las dimensiones propias de su yo. Bien sean estas de orden teórico –ideológicas y racionales- que conducen a los análisis intelectuales de comprensión, o bien las de orden práctico, las propias del comportamiento –procedimentales y operativas.
Es viable que la persona, así dispuesta, opte por uno de los sistemas antes enunciados y que lo efectúe con una actitud intensa, casi que ciega, y cargada de un intenso procedimiento emocional.
El ‘yo´, el ´nosotros´, están a las puertas de colocarse a disposición del líder, de la ideología, del fervor popular.
El ´ísmo´ ha echado sus raíces. La pasión personal le abona con cuidado. El factor emocional se muestra, en este momento, como el poseedor de la primacía en el comportamiento humano.
Se han tocado las puertas para pertenecer a la esfera del seguidor exagerado. Riesgoso momento. Pronto se podrá dar el salto a la instancia del ciego obsecuente. Instancia caracterizada por la mansedumbre, por la persona entendida y requerida como ´donación a la causa´. Ha brotado entonces la actitud fanática, el talante avistado como ´pasión desmedida e intensa’.
Efectos del fanatismo en el comportamiento de la persona
El vigor que se asocia a los fanatismos conlleva unos modelos de comportamiento personal y social. Vengan a cuento los siguientes entre otros:
El dogmatismo: unos postulados teórico-prácticos hacen las veces de formulaciones. Se les brinda a estas la pretensión de llegar a ser no solo principios directores de las vidas sino además unos dogmas –casi infalibles- por defender a toda costa.
El autoritarismo: el fanático adquiere conciencia de ser el poseedor de la verdad. Se fabrica su propio pedestal. Desde él proyecta manejar las situaciones y las realidades que involucran el tejido social. El dogmatismo doctrinal es percibido como el gestor de autoridad.
El maniqueísmo: quien piense o actúe de manera diferente al postulado que se pretende imponer es mirado por el fanático con sospecha, con vacilación. La variedad y la diversidad de pensamiento es objeto de recelo y de desconfianza. Sobre quien no sea obsecuente con las posturas fanáticas se pronuncia con facilidad: ‘está y vive en el error´. ‘Quienes no piensen como yo son tan malos como perversos’.
La conciencia de verdad y de bien ha quedado circunscrita a la persona y al grupo de quienes son portadores de un estandarte específico.
La uniformidad. En el horizonte del fanatismo se hace presente la uniformidad. Una-forma. Uniformidad como único estilo de vida. Uniformidad incapaz de asumir y de asimilar las diferencias. ¿Será factible sostener una única forma de mirar el mundo y la sociedad a sabiendas de que cada humano es capaz de formarlo y de comprenderlo a su manera? Vaya utopía la del fanático.
Conclusión
Difícil conciliar la pasión del fanatismo con la tarea de la auto-determinación de cada persona. Inadmisible es convertir la noble misión humana de decidir sobre sí mismo con la tan simple como inocua tarea de constituirse en borrego.