Si aceptamos que nuestros actos están predeterminados entonces el acto voluntario no existe y la libertad es una ilusión: la ilusión de creer que estamos decidiendo cuando, en verdad, sólo actuamos lo que está mandado. El hombre no sería dueño de sus decisiones y la responsabilidad individual sería entonces un concepto intrínsecamente falso: algo inventado por quien estaba destinado a inventarlo.
El Destino excluye el azar, nada podría ocurrir por casualidad. Sin embargo, la física actual parece llegar a la conclusión que, a escala subatómica, no es necesario una causa para que ocurra un evento. Y lo que pasa a ese nivel, tiene repercusiones en ámbitos mayores…
El indeterminismo sería la única explicación a nuestra experiencia diaria de libertad: somos algo distinto a robots ejecutando un programa. Por esto es que no somos plenamente predecibles. A pesar de la carga de pasado que traemos en nuestros cromosomas, y de la influencia del medio en que hemos vivido, seguimos siendo seres con capacidad de reflexionar y decidir; en ese sentido, cada quien está a cargo de su destino.
Cada hecho que hoy ocurre, es la resultante de la historia entera del universo; a su vez, produce una onda expansiva de eventos que se hace sentir hasta el fin de los tiempos. Si a mi bisabuelo, Ángel Restrepo Peláez, no le hubiera “entrado en un negocio” – a finales del siglo XIX -, una finca en Itagüí, no habría sido posible que ayer un almacén de Los Ángeles vendiera, a quien le vendió, un equipo de camping: el comprador fue uno de sus aproximadamente 2.000 tataranietos… Un eslabón que hubiera fallado en la cadena que une estos dos eventos, habría generado de ahí en adelante una historia diferente: un mundo distinto.
Hechos aparentemente aislados confluyen en algún momento del tiempo. La persona que entregó el equipo de camping es vietnamita: para que él estuviera allí en ese instante, se tuvieron que dar una serie de hechos, que nos remontan hasta el Principio. Todo lo que ocurre tiene un origen común, y sus consecuencias se entrecruzan nuevamente en el inexplicable tiempo. Nuestra proyección hacia el futuro, son nuestros actos de hoy y estos anticipan lo que será el porvenir. Pero no el de cada quien, sino el de todos. Los seres humanos, no solo Alejandro o Napoleón, escribimos libremente en todo momento el camino del mundo y de la vida. Dependiendo de los actos que elijamos hoy, será el Futuro. Si no tuviéramos la libertad de elegir esos actos, no cabría el concepto de Ética en la cultura humana: no podemos exigirle ética a un conejo o a un sinsonte, pero sí al hombre, porque éste, a cada momento, puede decidir qué camino tomar.