Hace unos días, compartí un café con un grupo de ejecutivos interesados en comprender las tendencias del talento y las necesidades del mercado. La conversación fluyó entre inteligencia artificial, cambios en los modelos de liderazgo y la creciente incertidumbre sobre el futuro del trabajo. En un momento, una persona me preguntó algo que llamó bastante mi atención:
“Si quiero tener más oportunidades en los procesos de selección, ¿debería ajustar mi hoja de vida para cada vacante, moldeándome a lo que las empresas buscan?”
La pregunta, en apariencia técnica, tenía una profundidad mayor. Respondí que más allá de la optimización para una plataforma o de encajar en diferentes perfiles, lo fundamental era tener claro lo que quería. No se trataba de adaptarse, sino de entender qué oportunidades realmente conectaban con su propósito. De no ser así, podía terminar atrapada en un ciclo de cambios de corto plazo que lo harían avanzar, pero probablemente, sin satisfacción real.
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Cuando reflexioné sobre esto, pensé en una frase de Francesc Miralles:
“La felicidad es la distancia que hay entre nuestra vida y nuestras expectativas”.
En el mundo del trabajo, esta idea también me hizo sentido. Nos movemos entre la realidad de nuestras oportunidades y la percepción de lo que deberíamos estar haciendo. Pero, ¿es la felicidad solo una cuestión de ajustar nuestras expectativas a la realidad?
Si pensamos como Miralles o Epicteto, la clave para evitar la frustración es ajustar nuestras expectativas. No podemos controlar el mercado laboral ni las decisiones de los reclutadores, pero sí cómo interpretamos nuestra trayectoria. Este enfoque tiene sentido en un mundo donde la comparación y la presión por el éxito generan insatisfacción. En la oficina, por ejemplo, nos frustramos cuando no ascendemos tan rápido como esperábamos o cuando el equipo no responde como imaginábamos. La resignación inteligente nos dice que aceptemos la realidad y ajustemos nuestras expectativas.
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Pero, ¿y si el problema no es solo la brecha entre expectativa y realidad, sino la calidad de esas expectativas? Aquí es donde otros como Viktor Frankl o Martin Seligman ofrecen una visión distinta. Frankl, argumenta que la felicidad no es solo cuestión de ajustar expectativas, sino de encontrar un propósito que nos dé dirección, incluso en circunstancias difíciles. Seligman, desde la psicología positiva, plantea que no se logra simplemente aceptando lo que hay, sino construyendo relaciones significativas y desarrollando nuestras fortalezas.
En el espacio con los ejecutivos, vi esta tensión reflejada en sus preocupaciones. Algunos querían entender cómo encajar mejor en el mercado, mientras que otros buscaban claridad sobre qué oportunidades realmente valían la pena.
Regresando a la pregunta que me hicieron, la respuesta no está en modificar el perfil constantemente para encajar en cualquier oportunidad, sino en definir con claridad qué queremos y por qué. Eso es lo que debe ir en nuestro currículum. Si buscamos oportunidades basándonos en lo que creemos que el mercado quiere de nosotros, corremos el riesgo de construir una trayectoria basada en expectativas ajenas y no en nuestras verdaderas aspiraciones.
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Muchas veces perseguimos caminos que creemos que nos harán felices, solo para descubrir que no nos satisfacen porque nunca cuestionamos si realmente los queríamos. En el contexto laboral, terminan siendo carreras diseñadas para impresionar a otros, pero que no nos llenan.
Sin embargo, la responsabilidad de la felicidad en el trabajo no recae únicamente en la persona; las empresas juegan un papel fundamental, como consecuencia, organizaciones como Microsoft han desarrollado programas de propósito y bienestar que permiten a sus colaboradores alinear sus motivaciones con los objetivos empresariales. Un estudio de Deloitte encontró que el 73 % de los empleados que trabajan en organizaciones con un propósito claro sienten mayor satisfacción laboral y permanecen más tiempo en la empresa.
Más que ajustar nuestro perfil para encajar en todas partes, la clave está en alinear nuestras decisiones con aquello que realmente nos motiva, pero también en exigir estructuras organizacionales que lo permitan. Porque al final, la felicidad en el trabajo y en la vida no se trata solo de reducir la brecha entre lo que esperamos y lo que obtenemos, sino de asegurarnos de que esa expectativa tenga sentido, de que nos desafíe y nos permita crecer con propósito.
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Quizás la verdadera pregunta es:
¿Qué oportunidades valen realmente la pena para nosotros y cómo podemos construir entornos laborales donde esa pregunta importe?