Hemos aprendido a excluirnos, mal tratarnos, marginarnos, cuando, para lo que somos realmente competentes es para ayudarnos y solidarizarnos; esto último es más natural y lo otro un artificio inventado por el miedo. La ética del cuidado nos pone en franca y sincera conversación con los demás, para conocerlos, darles la palabra, comprenderlos y partir de sus necesidades. Es así como estaremos favoreciendo una sociedad civil más participante y comprometida.
En clave de ciudadanía, todos y cada uno de nosotros somos protagonistas de la vida política y moral, y es por eso que no podemos aceptar la insignificancia individual. Se nos vuelve urgente crecer en el compromiso por lo que nos rodea, porque es apenas obvio y natural que lo hagamos por lo íntimo. La propuesta, o más bien necesidad, está en llevar el cuidado desde los ámbitos privados, primordialmente femeninos, a otros más amplios, donde lo que interesa es también preservar y mejorar para el bien común: el espacio de lo público.
Ese compromiso nos mejora y dignifica a todos por igual, porque sin preocupación legítima por los demás no avanzamos como humanidad. Va a ser necesario comprender que estamos más hechos para la colaboración que para la competencia.
La manera como cultivamos las relaciones con los otros, con nosotros y con la naturaleza moldea nuestra cultura ciudadana y permite la necesaria participación en la construcción de entornos más pacíficos y felices, a la vez que también mejor desarrollados y en progreso. Acerca de esas maneras de relacionarnos van a ser determinantes la pluralidad y diversidad, porque nos protegen de las generalizaciones y homogeneizaciones que tanto maltratan e invisibilizan. Vamos a preferir esa paz imperfecta que construimos juntos, día a día, en donde el cuidado sea una práctica social rutinaria y una habilidad de todos para la convivencia y el entendimiento.
Cuando nos entrenamos en ternura, afectividad, cuidado, mejoramos nuestro nivel de compromiso y es por eso por lo que se vuelve muy gratificante hacer parte de las redes de voluntariados que ayudan a reconstruir el tejido de relaciones entre iguales y desiguales, para una auténtica ciudadanía. No debe existir dicotomía entonces entre justicia y cuidado, razón y emocionalidad.
Deberíamos aceptar que la bondad es la máxima expresión de la inteligencia, y por tanto es necesario formar en la solidaridad para una vida mejor. Tan sencillo como partir de la gran vulnerabilidad y fragilidad humana y de allí la urgencia por juntarnos para cuidarnos y protegernos. Hay que superar como sea ese vicio generalizado de la pasividad que nos aleja, nos vuelve criticones, pesimistas y apáticos, y girar hacia una actitud y predisposición a la iniciativa, a la creación, a la libertad y autonomía para emprender causas valerosas y urgentes que nos mejoren como sociedad.
El trabajo voluntario para cuidar y ser cuidado se vuelve motor de corresponsabilidad civil y hacia allí se debe encaminar la mirada y la acción si queremos asumir el compromiso de la vida política y moral a que se alude. Cuando hablamos de ciudadanía cultural el voluntariado afianza nuestro compromiso cívico y refuerza la solidaridad. Sin esos millones de personas comprometidas de manera altruista en nuestro mundo, sería imposible lograr los milagros diarios y silenciosos de apoyo, ayuda y defensa de los derechos humanos vulnerados. Viene muy bien aprovechar el voluntariado para hacer resistencia a la idea de insignificancia e impotencia individual porque es que es solo un mal argumento para no hacer nada y mantener nuestra egoísta seguridad y comodidad.
Esa trama asociativa de organizaciones y movimientos de base voluntaria va a permitir elevar y dignificar en lo público, lo que antes era exclusivo de los espacios privados: el cuidado.
Existe una imagen muy inspiradora, atribuida a la antropóloga Margaret Mead, al afirmar que “el primer signo de civilización en la humanidad fue un fémur fracturado y luego sanado”, porque significó que alguien protegió, cuidó, alimentó y tuvo en un lugar seguro hasta la recuperación. Ayudar a otros en las dificultades, colaborar, ser altruista, desarrollar la empatía, no tendría que ser la excepción, sino más bien lo más común y corriente.
Para darle mayor fundamento a nuestra participación como sociedad civil, vale la pena distinguir estas tres perspectivas de formación ciudadana:
- Educar en la ASERTIVIDAD, para aprender a reaccionar frente a lo que me hacen a mí.
- Formar en la RESPONSABILIDAD, para responder por lo que yo hago a los otros.
- Ejercitarse en manifestar INDIGNACIÓN por lo que otros hacen a otros.
En asuntos referidos a convivencia, ciudadanía, participación, civismo es importante recordar que siempre seremos aprendices porque no son asuntos estáticos sino muy dinámicos, complejos y variables, por lo que la adaptabilidad será clave segura. La maestría nunca se alcanza, porque al igual que la utopía, las expectativas y necesidades sociales se mantienen en incesante movimiento para estimular respuestas y soluciones cada vez más atrevidas y creativas.