Durante noventa emotivos minutos un país se detiene. Como individuos nos desconectamos de los problemas personales, y como nación nos olvidamos de las diferencias que nos dividen y las tragedias que nos rodean. Durante un partido, once talentosos jugadores, liderados por un discreto director técnico, consiguen unir una población tan diversa como la colombiana, logrando derribar, como nada antes había logrado hacerlo en este país, barreras invisibles. Las horas de los partidos se convierten en una especie de burbuja donde no entran rencores, odios, divisiones ni peleas. No hay distingos de clase social, color de piel, estatus socioeconómico, ni bandera política. Imposible no sentir la piel de gallina cuando, con cada gol, se abrazan por igual vendedores ambulantes, universitarios, dueños de locales comerciales, hombres, mujeres, niños y viejos. Sorprende aún más cuando solo hace quince días la tempestuosa temporada electoral, invadida por ánimos caldeados, insultos, posturas extremas, escándalos y odios, polarizaba fuertemente el espíritu nacional.
Ese es el gran poder del deporte. Así lo entendió Nelson Mandela cuando unió a Sudáfrica con su sorprendente capacidad de reconciliación y con la selección de rugby de su país. Con el lema “Un equipo, un país”, Sudáfrica, contra todo pronóstico, ganó la Copa Mundial de Rugby y explotó en júbilo como una nación unida. Al canalizar las pasiones de una población permanentemente al borde de la guerra civil, Sudáfrica empezó a sanar sus heridas. No menos meritorio fue el golazo femenino en Irán, en el que, a través de protestas en 1970, les fue concedido a las mujeres de ese país el ingreso a los estadios para ver partidos de fútbol, derecho por el cual ahora dan nuevamente la pelea. Así mismo, la llegada de Pelé a Nigeria en 1969 produjo un cese al fuego de dos días cuando el gobierno oficial y la República de Biafra aceptaron hacer una tregua en medio de una de las guerras civiles más sangrientas de África para ver jugar al astro brasileño. Durante 48 horas el fútbol importó más que la guerra.
Pero sin estos célebres casos, no es tonto creer que el deporte rey involucra, incluye, fomenta valores de trabajo en equipo, provee brillantes ejemplos de superación, éxito y victoria sustentados en esfuerzo, dedicación y disciplina; recuerda la importancia de la unión, la humildad en el triunfo y la solidaridad en el fracaso. Bien claro lo han dejado los jugadores de nuestra selección con frases como la del mediocampista Juan Guillermo Cuadrado: “todos tenemos nombres diferentes pero un mismo apellido” o con gestos como el del mediocampista Freddy Guarín, al acercarse a consolar al japonés Yuto Nagatomo, desolado por la goleada recibida a manos del equipo colombiano.
“Tremendo mensaje nos da la Selección” dijo el alcalde Aníbal Gaviria Correa a Vivir en El Poblado, “el esfuerzo da resultados”. El mandatario, quien celebró el hecho de que Medellín haya disfrutado en paz los tres triunfos de Colombia durante el Mundial, aprovechó para hacer un llamado a que este comportamiento continúe y recordó la importancia de acompañar a nuestros deportistas en la gloria y en los reveses, y la necesidad de aprender como sociedad, más allá de la alegría, que los grandes resultados son posibles con esfuerzo y unidad.
Como símbolo de unidad colombiana, los futbolistas de la Selección luchan por el orgullo de un país que, sin importar el resultado que obtenga en el partido en el que se enfrentará este sábado contra el equipo de Uruguay, espera demostrarse a sí mismo cómo en las victorias y en las derrotas puede unirse, con anhelo de extrapolar estos valores a todas las esferas del escenario nacional.