Hace 95 años, en 1930, Enrique Baer y Anny Gippert abrieron el primer Salón de Té Astor, en la carrera Junín, un espacio pequeño lleno de sueños y sabores europeos que poco a poco conquistaron Medellín. De esas cinco mesas y un puñado de empleados nació una tradición que hoy es parte de la memoria dulce de la ciudad.
El Astor no solo ha sobrevivido al paso del tiempo, también se ha reinventado sin perder su esencia: “Lo más difícil no ha sido crecer, ha sido permanecer y mantenernos fieles a nuestra esencia, sin dejar de ser atractivos para nuevas generaciones y para quienes nos descubren por primera vez”, comparte Andrea Suwald, actual directora y heredera de Alfredo Suwal, quien en los años 50 se hizo socio de la repostería.
Ella recuerda, con ternura, su infancia en la fábrica de El Poblado (diseñada por su padre y planta productiva desde 1956) donde jugaba escondidijo entre sacos de harina y azúcar.
Allí, además, funciona uno de sus ocho puntos de venta en Medellín, a los que se les suma una sede en el Oriente antioqueño, presencia en los aeropuertos Olaya Herrera y José María Córdova, y varios puntos de distribución en cadenas de mercados o centros comerciales. El tradicional sapito, los alfajores, la torta Sacher y la Copa Gabriela son los favoritos de sus clientes. Sin embargo, ofrecen más de 200 productos en su carta.

Compromiso con sus empleados
El compromiso con las personas es otro protagonista de su éxito: el 83 % de sus 155 colaboradores son mujeres, muchas de ellas madres cabeza de hogar, y más de 500 pensionados han dedicado su vida laboral únicamente a la empresa.
El gerente general, Carlos Alberto Silva, resalta que el Astor es mucho más que dulces:
“Es un espacio que genera oportunidades y dignidad para sus colaboradores”.
Y es que el reconocimiento de esta empresa va más allá de lo gastronómico: para Fenalco, a través de Ana Cecilia Suárez, gerente del Sector Reposterías y Panaderías, el Astor es “un referente de excelencia, arraigo cultural y compromiso social. Es un gran ejemplo de una marca con propósito”.

Andrea sigue convencida de que:
“Colombia necesita empresarios que no paren de construir y trabajar por el país y las nuevas generaciones porque sin empresas no hay progreso, hay que creer que se puede hacer historia, porque el país nos necesita”.
En tiempos de modas fugaces y consumo acelerado, el Astor mantiene su fórmula: calidad impecable, elaboración artesanal, experiencia emocional y respeto por el cliente. Una receta que no solo ha preservado un sabor, sino también un pedazo del corazón de Medellín.
Una apuesta por continuar
Pocas marcas pueden decir que han acompañado a una ciudad por casi un siglo. Y es que el Astor ha sabido adaptarse, incluso en tiempos difíciles. Aunque la pandemia puso a prueba su fortaleza con meses de cierre y un entorno incierto, la creatividad y el compromiso de todos sus colaboradores permitieron activar ventas a domicilios y productos congelados. Este modelo que nació por la necesidad de continuar, sigue vigente.