Por Laura Montoya Carvajal
Lo que ahora es cielo azul pelado, que deja pasar los 29 grados centígrados que caen por estos días sobre la ciudad, antes eran las ramas y sombras de un árbol gigante, que cubría la calle, parte de los edificios y la portería de Parques de Astorga, sobre la calle 9, donde Rubén Darío Mazo trabaja hace 25 años como vigilante.
El gigantesco caucho, recuerda Rubén, llegaba hasta las ventanas superiores del edificio de 8 pisos, y las ardillas entraban por ahí a los apartamentos a curiosear. Se llenaba de loros, guacamayas y otras aves, y según Guillermo Montoya, compañero de guardia de Rubén, también de extranjeros que se subían al árbol a tomarse fotos.
Pablo Jaramillo, vendedor de antigüedades de 47 años, se subía a jugar sobre las ramas junto a sus amigos hace 40 años, sosteniendo las hojas como si estuviera manejando una moto. De igual forma lo hacían los hijos de Ana Mora y Rosalba Echeverry. Ambas llevan más de 49 años viviendo en la 9 y según la última, cuando arregló hace un tiempo el andén frente a su casa, que queda a una cuadra del árbol, ahí estaban sus raíces buscando suelo.
Hace cuatro años, un hongo atacó al árbol. Desde la administración de la unidad y las autoridades ambientales se hicieron estudios y remedios para evitar que muriera, pero el árbol comenzó a caer a trozos sobre los parqueaderos. Cortarlo fue la solución y hoy su base mutilada se encuentra aún afuera de la unidad, con algunas enredaderas sembradas alrededor y una tórtola madre empollando en su nido.