Por Carlos Arturo Fernández U.
Desde el 22 de febrero y hasta el 18 de mayo de 2014, 97 obras de la colección de arte de Suramericana, correspondientes a unos 60 artistas colombianos y mexicanos, estarán expuestas en el Museo Dolores Olmedo de Ciudad de México. Posteriormente, la muestra completa, titulada Encuentro México-Colombia. Colección Sura, se presentará en Tijuana, en Medellín y en Bogotá.
Johann Moritz Rugendas. Paisaje con el pico de Orizaba
La selección de las obras de Suramericana corrió a cargo de Alberto Sierra y Consuelo Fernández y el estudio académico respectivo fue realizado por Juan Luis Mejía. No es necesario agregar que una muestra de este tipo tiene la posibilidad de señalar los puntos de contacto y las divergencias que surgen de la confrontación entre el arte colombiano y el mexicano, al menos en el último siglo y medio.
La vinculación intelectual, artística e ideológica con México se hizo sentir de una manera especialmente fuerte en un largo período que se extiende entre 1930 y 1980, quizá como consecuencia del impacto cultural y social que se deriva de la Revolución Mexicana.
En efecto, tras la guerra que se extiende por México entre 1910 y 1920, llega por fin una etapa de consolidación de las reivindicaciones de todo tipo que había planteado la Revolución. En ese contexto, fuertemente cargado de ideología, tuvo una presencia definitiva un movimiento artístico riquísimo en todos los campos, que, con frecuencia, erróneamente pensamos que se reducía al trabajo de los muralistas, como Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo, y a su resonancia en el ámbito latinoamericano e internacional.
Diego Rivera. Retrato de la señora Beteta. 1946
Adicionalmente, hacia mediados del siglo, los movimientos de las vanguardias artísticas y los estudios teóricos y críticos vinculados con ellas, defendieron el carácter autónomo de la obra de arte y rechazaron de forma sistemática todo lo que pudiera significar un compromiso político y social, porque se entendía que ello iba en contra de los valores propios del arte. La crítica latinoamericana de entonces fue especialmente virulenta contra los muralistas mexicanos y contra todos aquellos que, de una manera u otra, parecieran seguir el camino por ellos trazado en la dirección de un compromiso político, cultural y pedagógico. Se afirmó que aquello no era arte y que toda esa producción había tenido efectos catastróficos en América Latina.
Sin embargo, en las últimas décadas se ha vuelto a pensar con insistencia en el hecho de que, sin negar sus peculiaridades, el arte sólo existe como práctica social, lo que, por tanto, posibilita que vuelvan a salir a la luz problemas a veces definitivos de una historia que se había resuelto no mirar o, al menos, no tener en cuenta de manera global.
Johann Moritz Rugendas. Valle de México
Los vínculos de Colombia con México se extienden ampliamente en todas las direcciones del tiempo y de la cultura. Los curadores de la exposición en el Museo Dolores Olmedo recuerdan cómo, cuando en la segunda mitad del siglo 19 Colombia decide finalmente establecer una academia para la formación artística, se trae a Bogotá al pintor mexicano Felipe Santiago Gutiérrez. Su influencia será definitiva para el desarrollo de nuevas ideas, como era en ese momento, por ejemplo, la pintura del paisaje, una línea en la cual se puede encontrar un parentesco con Francisco Antonio Cano.
A lo largo del siglo 20 muchos artistas colombianos encontraron en México una segunda patria en la cual consolidaron sus ideas, desarrollaron la mejor parte de su obra y no pocos permanecieron allí el resto de sus vidas. Artistas como Rómulo Rozo, piedra fundamental del Grupo Bachué, el fotógrafo Leo Matiz y Rodrigo Arenas Betancourt son imposibles de imaginar sin México. Pero, además, muchos de los principales escritores colombianos, entre ellos Porfirio Barba Jacob, Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez y Fernando Vallejo, encontraron en México el espacio y el clima cultural necesarios para el desarrollo de su obra.
Diego Rivera. Retrato de Juanita. 1935 | Diego Rivera. Niños almorzando 1935 |
Y cuando se piensa en contactos más limitados en el tiempo, pero no menos trascendentales, la cantidad de artistas para quienes la experiencia mexicana fue y sigue siendo definitiva, aumenta vertiginosamente. Al margen de la manera como en cada caso se deba definir el contacto, la influencia, el impacto, la contraposición o simplemente la mirada, México ocupa un lugar central en la vida o en la obra de Pedro Nel Gómez, Ignacio Gómez Jaramillo, Débora Arango y Fernando Botero, entre muchos otros.
Lo mismo ocurre entre artistas de generaciones posteriores que también están presentes en este Encuentro México-Colombia. Colección Sura: Beatriz González, Luis Caballero, José Antonio Suárez, Jorge Julián Aristizábal, el Grupo Utopía. Por supuesto, en el “multiverso” (ya no “universo”) cultural que caracteriza el presente, todas las relaciones se hacen más difusas y ya seguramente no encontraremos procesos tan radicales como el del primer Arenas Betancourt, quien hasta 1970 parecía más mexicano que colombiano.
Quizá, como señala un medio mexicano, la muestra hace patentes los “vasos comunicantes pictóricos” que existen entre Colombia y México. Y, por supuesto, posibilita que se avance en el conocimiento internacional de la producción artística colombiana, frecuentemente encerrada en las fronteras locales.