La idea básica es lograr que los niños entiendan que los padres fijan las normas y ellos las cumplen o asumen las consecuencias. A veces los padres se pueden ver tentados a dejar pasar una falta porque piensan que es algo menor, pero esto podría sentar un mal precedente. La regularidad constituye la clave de una disciplina efectiva. Es importante que los padres decidan juntos cuáles son las reglas y que sean coherentes al mantenerlas.
De la misma forma, no deben dejar pasar la oportunidad de destacar el buen comportamiento. Ese es el lado bueno de la disciplina y hay que aprovecharlo. A esta edad hay que ir un poco más allá de la palmadita en el hombro. El niño debe comprender qué fue lo que hizo para merecer un premio: “Hiciste bien al echar tu ropa sucia en la canasta”. Casi siempre esto es más efectivo que castigar.
A pesar de eso, y de ser necesario, a esta edad los castigos funcionan muy bien. Hay que escoger un lugar apropiado, alejado de cualquier distracción para forzar a al niño a reconsiderar su comportamiento. Si en su cuarto hay televisión, computador, video juegos, es decir, la sala de entretenimiento que hay en tantas casas, ese no es el mejor lugar para unos minutos de reflexión. Recuerde, un minuto por cada año cumplido es la medida recomendada, aunque algunos expertos hablan de prolongar el castigo hasta que el niño se haya calmado (para que aprenda a calmarse a sí mismo).