Creamos significados para las palabras: los recuerdos que nos traen, la imagen que se crea en nuestra mente cuando las pronunciamos. Las palabras están vivas y nosotros vivimos en ellas.
Es difícil saber cuántas palabras tiene la lengua española. La edición más reciente del diccionario de la Real Academia de la Lengua registra 93.111. Pero todos sabemos que estas no son las únicas que existen y que sus significados tampoco son exclusivamente los que en él se leen.
El lenguaje está vivo y, con él, las palabras. El significado de estas no depende de su definición formal, sino de lo que representan para cada uno de nosotros, lo que evocan, el uso que les damos. Es así como “Cielo” deja de ser una “esfera aparente azul y diáfana que rodea la Tierra”, para convertirse en el nombre de alguien amado.
Todos tenemos diccionarios personales que se olvidan de las normas. Definiciones propias, palabras que inventamos para nombrar lo que queremos, palabras favoritas que se nos instalan a veces en el cerebro, a veces en el pecho. Mi mamá, por ejemplo, casi nunca nos dijo “mi amor”, nos decía “petacones”. Mis hermanos y yo sabíamos que esa palabra era su manera cariñosa de nombrarnos y la guardamos, para siempre, en nuestro diccionario familiar.
Árbol, corazón, abuela. Pisingaña, mandarina, alcaraván. Hace poco hice una pregunta simple en Instagram: “cuéntenme qué palabra del español les parece linda y por qué”. Recibí respuestas tan bellas que intenté hacer con ellas una clasificación:
Palabras que son refugio:
“Cielo. Lo uso con mi novio y mis perros. Me da paz. En noches de insomnio miro el cielo.
Piscolabis. Porque me recuerda a mi abuela.
Vida. Más allá del sentido literal, es mi forma de nombrar lo importante, lo que me mueve.
Mamá. Cuatro letras con una infinidad de significados”.
Palabras que son promesa:
“Lontananza. Me genera de inmediato la imagen de un paisaje tranquilo y hermoso.
Alegría. Suena tan bonito como se siente.
Amanecer. Evoca la sensación de inicio, esperanza, renovación”.
Palabras que son melodía:
“Cordillera. Imposible de traducir, se arma, aparece cuando uno la nombra.
Maravilloso. Me parece una palabra muy expresiva en sonoridad y significado.
Murmullo. Es como un arroyo, una corriente de agua suavecita.
Algarabía. Resuena en todo su esplendor árabe. Una palabra que contiene un mundo”.
Pájaro, nido, aguacero. Barullo, melcocha, golondrina. A mí me gusta “añoranza”. Suena hermoso y sólo nosotros, los que hablamos español, podemos nombrarla así cuando la sentimos. El discreto encanto de la eñe.
Este pequeño diccionario improvisado me llevó a pensar en dos poemas, uno de Raymond Carver y otro de Alejandra Pizarnik. El primero:
Vamos a suponer que digo verano, / escribo la palabra «colibrí», / la meto en un sobre / y la llevo colina abajo / hasta el buzón. Cuando abras / la carta te acordarás / de aquellos días y lo mucho, / lo muchísimo que te quiero.
Y el segundo:
Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.