Recuerdo los días en el colegio. Exactamente entre los años que cursé sexto y séptimo de bachillerato. Cuando en las clases de biología, fuimos gradualmente entendiendo sobre la célula, su composición, sus tipos, sobre la mitosis, de los genes en su núcleo; que posteriormente nos llevó a aprender de genética, de las alteraciones y mutaciones, sumando a la conversación de esa época, lo que aprendíamos de los avances del mapeo del genoma humano y sobre la clonación de Dolly, la oveja. Esto hacía que las clases de biología fueran siempre sorprendentes, por más que los profesores intentarán, inconscientemente, con su metodología aburrirnos durante 45 o 90 minutos, según fuera el día de la semana.
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Esta antesala también fue construyendo otras conversaciones sobre los reinos biológicos, especies, los viajes de Humboldt y sus descubrimientos; a los que, posteriormente, se le terminó sumando aprendizajes y visiones de Darwin.
Este último, desde ese despliegue intelectual y creativo, partiendo de una curiosidad genuina de entendimiento del mundo, ha sido base teórica que terminaron determinando las leyes de la naturaleza y su evolución. Siendo la selección natural su máxima expresión. Tan profundo fue su impacto, que hasta lingüísticamente nos damos licencia de acuñar alegóricamente referencias a la evolución de nuestra existencia humana. Como, por ejemplo, las empresas pasan por esa óptica Darwiniana, donde las que triunfan, lo han hecho por estar más adaptadas a su entorno, conforme una selección natural “capitalista”.
Para 2024, el doctor Manolis Kellis, como director del grupo de biología computacional del MIT, líder investigador del laboratorio de IA y ciencias de computación del mismo MIT, ya había logrado avances significativos en las razones genéticas de la obesidad, diabetes, Alzheimer, esquizofrenia y cáncer. Tras lograr identificar no solo los genes responsables de estas enfermedades, sino también los mecanismos (circuitos genéticos) por los cuales a nivel celular se activan las afectaciones que llevan a la aparición sintomatológica de las enfermedades mencionadas. Los avances hasta ese momento eran la gran generación de datos recolectados entre la identificación de los genes, sus activaciones y alteraciones diseñadas para inactivar sus efectos, así como también los experimentos con ratones y otras especies de manera satisfactoria. La Inteligencia Artificial, al servicio de estos descubrimientos, aumentó sustancialmente los resultados que permitieron startups con foco en medicina de precisión y personalizada para que con un simple muestreo de ADN y seguimiento a un par de indicadores serológicos se generen los medicamentos específicos de manera individual.
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Es así, como juntando dos ramas aparentemente desconectadas, la genética y la inteligencia artificial, se logró entorpecer lo que alguna vez Darwin describió como la supervivencia del más apto. Para mi este gran avance llega tarde, ojalá hubiera ocurrido en los años 80, hubiera permitido disfrutar un poco más de mi abuela materna. Hoy es tan sencillo como una visita y una receta médica, unos cuidados básicos y como resultado una extensión de nuestra vida.
Quizá lo que hoy, además me sorprende, me hace reflexionar, es que más allá de este gran avance médico, Darwin y sus principios no perdieron vigencia, mutaron a un territorio artificial. Para que cada algoritmo e inteligencia haya llegado al hoy, debió competir, logró ser la más apta para su tarea, debió haber tenido varias genéticas y generaciones propias que estuvieron determinadas por nosotros como humanos, regresa de vuelta a su principio, terminaron siendo clave todas nuestras decisiones y sus implicaciones.
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