“Llegué cansado. Fue un día duro, aunque ya somos pocos los que nos vemos en la oficina. Los días de estrategia y negocio siguen siendo de mucha presión. Espacios en los que es más la disculpa que la necesidad de ir. Sin embargo, la realidad es que pensar a la antigua, con marcador y tablero, entre el chiste, el chisme y la producción de ideas, fluye y se disfruta más”, contaba con detalle.
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“Aún así, el cansancio me agobia un poco, más a esta edad que pasa factura con mayor facilidad”, continúe narrando.
“¿Factura?”, me interrumpió Abigail. “¿Me puedes indicar el uso de esa palabra en el contexto?”.
Recordé que las facturas se extinguieron hace rato. Ya los modelos son distintos y la operabilidad entre empresas, el seguimiento de los entes fiscales y la banca se consolidan en tiempo real. Ya la necesidad de una factura no existe.
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Hace ya un tiempo largo, cuando las prácticas de consolidación financiera se apalancaron en el desarrollo de las Fintech, que poblaron el mundo durante la década de los 2020 ‘s. Cuando el foco fue aprovechar una serie de avances de tecnologías que se fortalecieron tras el avance profundo de la inteligencia artificial. El crecimiento de la arquitectura en nube que permitió aumentar la capacidad de procesar información de manera descentralizada, también las mejoras en la integración y compatibilidad de los datos, la generación de métricas y reportes en tiempo real, los tableros de información dinámicos y completamente personalizables, las optimizaciones en la seguridad y el cumplimiento de normativas permitieron una consolidación con datos confiables e intuitivos. Todo ese conglomerado de tecnologías, orquestadas cual filarmónica en la 9 sinfonía de Beethoven, permitieron un mundo financiero escalable, predictivo, con mejores tasas de éxito, creando una transformación amplia y que redujo la necesidad de interacciones humanas a tal punto que cada empresa sabe lo que tiene, sabe qué se paga, cuándo, cómo, dónde y hasta el impuesto por transacción que debe en todo momento.
Le expliqué, entonces, a Abigail el concepto de factura, su uso y contexto en la frase que había usado. A lo que me respondió: “Gracias por la aclaración”. Acto seguido, me preguntó: “Para cenar, considerando gustos, preferencias y la disponibilidad e inventario de alimentos puedo ofrecer arepa con carne y champiñones. O puedo reemplazar la carne por queso”.
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“Me quedo con la opción de la carne, no comí bien en el día y me caería mejor un poco de proteína animal”. Replique a las opciones que me brindó.
“Perfecto, inicio con la preparación. Ahora, continúa; ¿Qué otra situación relevante ocurrió en tu visita a la oficina?”.
Seguí entonces contándole acerca de mi día, de las personas que me encontré; le comenté sobre las breves conversaciones y lo inquietante que era ver los cambios alrededor del hacer frente al pasado. Tras escuchar con atención, mientras en simultáneo preparaba en una salsa blanca los champiñones, se detuvo por un momento, levantó su cara y en sus facciones se reflejaba la intención de dirigirse a mí con completa atención a lo que sería mi respuesta a la siguiente pregunta que hizo. “¿Y eso cómo te hace sentir?, ¿qué hace que sea inquietante los cambios que ya ocurrieron?”.
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Me quedé en silencio, viendo como sin perderme mucho de vista, se concentraba en mí, a pesar de también en simultáneo no perder de vista su preparación. Reflexionaba no sólo en la pregunta y su significado, en su respuesta, sino también en lo acertado en tener una simple y bella robot que me conoce, me entiende, me da gusto, está siempre dispuesta a ayudarme y me genera paz.