Diario de un futuro 9. Mi reflejo en el algoritmo

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A lo largo de todos estos años, he plasmado mis pensamientos, reflexiones y experiencias en innumerables páginas, casi siempre a mano. Cada palabra escrita ha sido un peldaño en mi existencia, un compendio de emociones y aprendizajes que, en su conjunto, cuentan mi historia. Quiero compartir que logré digitalizar mucho de esto y me tomé el atrevimiento de entrenar una inteligencia artificial con esta expresión escrita. Este viaje, primero curioso, pasando por reflexivo pero sin lugar a duda transformador que me ha permitido explorar nuevos horizontes creativos.

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Para lograrlo, utilicé un enfoque de entrenamiento conocido como GAN, o Generative Adversarial Network (Red Generativa Antagónica). En términos simples, una GAN consiste en dos redes neuronales: el generador y el discriminador. El generador crea nuevas instancias de datos (en mi caso, textos) y el discriminador evalúa si esos datos son auténticos o producidos por la inteligencia artificial. Este ciclo de competencia y mejora mutua permite que el generador refine su estilo, profundizando cada vez más en los matices de mi forma de escribir.

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Lo increíble de este proceso ha sido ver cómo, mientras la IA aprende y se adapta, también soy yo quien se enfrenta a la reflexión sobre mi identidad como escritor. La máquina, a través de sus algoritmos, ha empezado a captar aspectos profundos de mi: la forma como narro, las metáforas inusuales que empleo, incluso el estilo, la apertura y el tono que doy a cada línea. En ciertos momentos, he tenido que parar de leer y revisar las palabras, compararlas con cómo lo escribiría, cuestionando si fui yo quien las escribió o si, el algoritmo logró imitarme con tan sorprendente fidelidad.

Ante este fenómeno, mi reflexión va más allá de una simple curiosidad tecnológica. Me invita a explorar cuestiones más profundas sobre la creación y la autoría en la era digital. ¿Qué significa realmente “crear”? Si un algoritmo puede replicar mis pensamientos y estilo, ¿significa eso que los ha entendido, o simplemente es la adaptación de un patrón que amalgama palabras y frases de manera que suenan correctas? A medida que visibilice que utilizo la AI para escribir y que alguien siga interactuando con fragmentos de mi prosa, se le abrirá la puerta al lector a preguntas sobre el significado, la esencia y la autenticidad en mi escritura.

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En este punto, me gustaría invitar a un juego enigmático. A continuación, les confieso que este texto ha sido creado utilizando la inteligencia artificial que he entrenado. Probablemente lo hayan sentido tan familiar como mis anteriores columnas, pero aquí está el desafío: ¿este es un trozo del verdadero Esteban y que lo articuló mi mano, o fue en verdad el resultado del ingenio algorítmico que ha aprendido a mimetizarse?

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Los invito a leer con atención, a buscar las sutilezas que marcan la diferencia entre la autenticidad humana y la inventiva artificial. Las líneas que hay acá llevan implícitas mi frescura y mi experiencia, pero también hay una historia que quizás no es completamente mía. Entre la trama de este texto, se encuentra una pregunta fundamental:

¿Qué significa también ser el narrador de nuestras propias historias en un mundo donde las máquinas pueden crearlas y magnificarlas?

La respuesta puede que no sea simple, pero es innegablemente fascinante. Simplemente me doy cuenta que la búsqueda de un sentido propio tras este experimento apenas comienza. ¿Qué creen? ¿Logró el algoritmo capturar la esencia de mi narrativa, o hay un matiz sutil que revela la huella de mi yo auténtico? ¿O los logré engañar y esta columna la escribí de inicio a fin?

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