Siempre admiré a Superman. Siempre soñé que volaba como él; cada tanto tomaba impulso y saltaba, como si dejara la gravedad atrás. Me imaginaba que despegaba hacia el cielo, entre las nubes, libre de ir a donde quisiera; aunque casi siempre llegaba al mar, a sentarme en la playa de Coveñas, que era lo más lejos que conocía en ese momento.
Siempre admiré a Superman. Siempre imaginé que corría grandes distancias en poco tiempo, y, que, si corriera como él, no tendría que madrugar tanto, y tendría espacio de dormir 25 minutos más, y en dos segundos estar sentado en el salón justo antes que sonara la campana de inicio de clase.
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Siempre admiré a Superman. Siempre pensé que podría congelar con mi aliento la lluvia, ingenuamente pensando que así caería nieve en mi ciudad de clima tropical, y tener una ciudad blanca para Navidad, tal y como veía las películas de Mi pobre angelito.
Siempre admiré a Superman. Siempre pronuncié su frase cada vez que, en medio de la lucha imaginaria con bandidos en el patio de mi casa, necesitaba que mis superamigos de la Liga, entrarán en acción, “A luchar por la justicia”, era un grito de batalla.
Si alguien en esos 7 años me hubiera preguntado qué es justicia, muy probablemente no hubiera atinado a responder adecuadamente. Quizás la respuesta hubiera tenido que ver con pedazos de torta del mismo tamaño para todos en una celebración de cumpleaños, la obvia excepción sería para quien sopla las velas.
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Es ahí que siempre, desde la reflexión, entendí que la cualidad que más admiré de Superman no fue la súper fuerza y velocidad, ni la capacidad de congelar y derretir con sus ojos. Fue su fervor por la justicia. Recuerdo más sus discursos antes de salir a batalla, de decidir sobre lo justo y sentar la base para que la Liga siempre actuará en consecuencia. Un liderazgo que, aunque inconsciente, siempre fui incorporando.
Es hoy cuando admiro a startups como Clio Duo AI o Harvey AI, que recibieron millones de dólares como inversión en un contexto de inestabilidad financiera mundial, a inicios del segundo mandato de Trump en la Casa Blanca. Estas startups, más que ayudar a las firmas legales en el mundo a ser eficientes, a conectar rápidamente fallos de corte, a generar una base amplia de jurisprudencia, base que en sí misma entrena algoritmos de AI que permiten llegar rápido a conclusiones en los procesos penales y civiles. Contando también con AI generativas que les permite a los abogados, literalmente, entrenarse en litigio y negociación; manteniendo siempre una mirada humana y sin vicios de fondo. Más que todo eso, estas startups llenaron su sentido máximo de justicia, justicia que sea global y social; con la facilidad que significa un mundo hiperconectado, en el que con internet y un computador decente era suficiente.
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Estas startups rompieron la manera de cómo se ejerce justicia y como entendimos con el tiempo que lo más humano y justo fue ir derivando a que sus decisiones tuvieran la mayor autonomía artificial posible, sin leguleyadas, sin triquiñuelas, ni favoritismos.
Esto último sigue aumentando el miedo de la dominación de las máquinas, con el argumento que se volverán contra nosotros. Seguimos imaginando como niños de 7 años, que saludando y pidiendo el favor al usarla en algún caso nuestra vida será perdonada. Sin embargo, este miedo es la revelación en sí misma de nuestra naturaleza, de la corrupción del poder, de la corrupción que trae ejercer sobre el otro una capacidad; una que incluso es atribuirnos la posibilidad de acabar con la existencia de alguien. Un mundo en el que la justicia es también instrumento al servicio de intereses. Es por esto que asumimos, simplemente, que la gran inteligencia se comportaría como nosotros, que nos vería como el enemigo. Proyectamos en ella una historia humana que se repite sin cesar, en todas las geografías, en todos los idiomas. Tan es así que vemos como ejemplo cercano, la evidencia de un trío de balas usadas para acabar con la vida de un humano por solo pensar diferente.
¿Por qué justicia luchamos?