Por: Juan Sebastián Restrepo Mesa
Mi trabajo con las cuitas del alma, los egos y las personas, me ha dejado dos cosas muy claras: en primer lugar, que la responsabilidad es una virtud de valor inestimable para el desarrollo humano. En segundo lugar, que esta nada tiene que ver con el deber, tal y como pretende mostrarlo un engañoso sofisma social.
De hecho, podría afirmar que una regla bastante común es que las personas más obedientes son las más irresponsables. Y lo son porque internamente no deciden, porque permanecen menores de edad al estar siempre actuando bajo los parámetros de una autoridad externa o internalizada; y no bajo los dictados de sus elecciones sentidas.
La responsabilidad nace cuando le damos la cara al mundo sin escondernos en las enaguas de la moral, la costumbre o la autoridad. Surge en ese instante donde siempre podemos hacer una elección. Albert Camus lo expresaba muy bien con su famosa idea de que más importante que el mundo que nos toca, es qué elegimos hacer con él. Y esto es válido para todo; hasta para la forma de morir.
Siempre podemos ser responsables porque siempre tenemos un espacio donde podemos elegir, a pesar de lo minúsculos y frágiles que somos ante las cosas que de veras importan en la vida: el amor, la muerte, la sexualidad, la guerra, los ancestros y descendientes, la belleza y el terror, entre otras.
Me viene al recuerdo esa bella escena de la película “Las Horas”, donde Virginia Wolf discute con su pareja, Leonard, en una estación de tren, y le dice: “Si yo estuviera pensando claramente te diría que yo lucho sola en la oscuridad profunda, y que yo sola puedo saber, solo yo puedo entender mi propio estado. Tú vives con la amenaza de mi propia extinción Leonard; yo también vivo con ella. Este es mi derecho. Es el derecho de todo ser humano. Yo no escojo la anestesia sofocante de estos suburbios, sino la sacudida violenta de la capital. Esa es mi elección. Hasta el más miserable, el más bajo paciente, puede tener alguna decisión con respecto a su prescripción. Es algo que define su humanidad … Si es una elección entre Richmond y la muerte, entonces yo escojo la muerte.”
También es digna de mención la íntegra responsabilidad del coloso filósofo Henry David Thoreau, cuando decide no pagarle impuestos a un gobierno que considera injusto y corrupto y que libra una guerra que va contra sus principios. Va a la cárcel por ello.
Y es que siempre hay un margen para elegir y responder. Sade decidió no renunciar a su literatura; a falta de tinta escribió con sangre. El Che Guevara decidió alentar a su verdugo en Bolivia diciendo: “¡Dispará cobarde que vas a matar a un hombre!” Esa fue su decisión responsable.
Creo que para llegar a la responsabilidad, que es hija de la inocencia, hay que pasar por una profunda desobediencia. Sin el trabajo de la emancipación de la autoridad externa, carecemos de la autoridad interna, del espacio necesario, para tomar nuestras propias decisiones. Y sin ellas no existe la responsabilidad.
Pienso en Paolo y Francesca, en la Divina Comedia de Dante, condenados por un beso, al segundo círculo del infierno, donde van los lujuriosos y concluyo diciendo que: es mejor un infierno propio, que un cielo ajeno.
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Desobediencia, elección y responsabilidad
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