La frase fue contundente: “si a Carlos* le pasa algo, yo no me voy a enterar”. Sebastián Garcés conoció a Carlos cuando estaba por abrir un bar en el barrio Provenza, en El Poblado. “Atendía en un vivero y conversando con él, me dijo que estaba aburrido ahí. Yo necesitaba un jardinero para el restaurante, entonces le ofrecí el trabajo”.
Sebastián no sabía nada de la historia de Carlos. Poco a poco, en el diálogo y en la convivencia laboral se dio cuenta de que en él había algo que no iba bien. La primera crisis llegó en forma de borrachera en horario laboral. “¿Qué te pasa?”, le preguntó Sebastián. Carlos se despachó, le contó su pasado, “era desmovilizado de las AUC”. Dice Sebastián que las historias que contaban eran escabrosas, pero él disfrutaba con su compañía. Contar seguro servía como terapia.
Durante cuatro años Carlos y Sebastián trabajaron juntos. De hecho, cuando Sebastián vendió su participación en los restaurantes, Carlos se fue con él a trabajar en su nuevo emprendimiento.
“En los últimos meses nos acercamos mucho más. Estamos creando un negocio en El Peñol y ambos estábamos todo el tiempo juntos”.
Sebastián aprendió mucho de Carlos. Aprendió mucho de la historia reciente del país. Le contaron cosas que nunca se habría imaginado que fueran posibles. Entre ellas, por ejemplo, que muchos de los hombres que estuvieron al servicio de Vicente Castaño nunca se desmovilizaron porque “si salíamos nunca nos iban a dar trabajo y a los seis meses nos mataban o el gobierno nos dejaba morir de hambre”, recuerda Sebastián que le dijo Carlos.
Por instrucciones de Castaño, muchos de sus hombres estudiaron carreras técnicas relacionadas con el agro, por lo que hoy muchos de ellos, de los que sí dejaron la guerra, trabajan en viveros o tienen sus negocios propios. “Pero Carlos estaba solo”, recuerda Sebastián.
La historia empieza a terminar cuando Carlos le contó a Sebastián que debía pagar 8 millones de pesos por una casa que había comprado con una expareja hace algunos años. “¿Me los puede prestar?”, le dijo. Sebastián dijo que no era fácil, más teniendo en cuenta que está haciendo inversiones en su nuevo negocio. La opción eran las cesantías. “Pero cuando fue a sacarlas, nunca regresó”. Sucedió entre el 10 y el 11 de febrero. “Ni su esposa ni yo teníamos noticias de él”. Pero el martes 11, uno de sus colaboradores le dijo que lo había visto en El Peñol. Y hasta allá fue a buscarlo.
“La noticia que me dio me partió en dos el corazón. Me dijo que la única opción que había visto para conseguir la plata era volver al monte”. Lo dice Sebastián con una voz afectada. “Vuelve a trabajar con alias Perra Loca, su patrón después de Vicente Castaño”. Se siente impotente, estuvo con él cuatro años y hoy siente que Carlos, él y Colombia perdieron contra la guerra. Se despidió hoy sin saber si lo volverá a ver, si volverá a hablar con él. Carlos deja a su hija, esa que lo hizo salir del conflicto para poder estar con ella.
“Carlos es uno, pero quién sabe cuántos más en el país estarán como él. Él sabe muy bien a qué se fue y yo sé que si lo matan, nunca me voy a enterar”.
*Nombre cambiado para proteger la identidad del protagonista.