Una amiga me hizo ver que libertad también es permitirse hacerse preguntas sobre deseos o asuntos que, por prejuicio, muchas veces no nos damos el permiso de considerarlos opciones de vida.
Mi vida siempre ha sido estar en un constante “entre”: entre España y Colombia (me siento de aquí y de allá, y esto a veces me genera crisis de identidad), entre mi familia que tiene visiones más convencionales de la vida y mis amigos que tienen visiones totalmente contrarias, o entre mi faceta introvertida en lo personal y mi versión extrovertida en el mundo laboral. Estoy llena de contradicciones internas… Tensiones entre opuestos, respecto a los que mi trabajo vital es aprender a mantenerlos en equilibrio (y a encontrar un equilibrio entre ellos).
Una de las paradojas con las que he vivido -creo que desde chiquita-, está relacionada con mis conceptos de libertad y de arraigo. En mi interior, ambas cosas son incompatibles. Para una parte mía, libertad significa no tener ataduras de ningún tipo; no tener compromisos que me “obliguen” a hacer equis o ye cosa, o que me “hagan” quedarme en un mismo lugar por mucho tiempo. Sin embargo, hay otra parte mía que anhela asentarse, organizarse, tener un lugar al cual llamar hogar, del que me pueda ir y, sobre todo, al que siempre pueda volver. Esta contradicción la he tenido muy presente en las últimas semanas y, aleluya por la sincronicidad, esto me ha llevado a tener conversaciones muy interesantes al respecto.
Por ejemplo, hace unos días aprendí que ambos opuestos no son necesariamente excluyentes. También, una amiga y colega a quien admiro me hizo ver que libertad también es permitirse hacerse preguntas sobre deseos o asuntos que, por prejuicio, muchas veces no nos damos el permiso de considerarlos opciones de vida.
Pongo esta conversación sobre la mesa, pues intuyo que por ahí hay varios humanos en estado de constante transitoriedad entre orillas, intentando mantener la tensión entre sus propias paradojas. Sé que vivir así no es fácil, aunque sin duda es emocionante: se conoce y se aprende sobre lo mejor (y a veces, lo peor) de todos los mundos.
Si bien todavía me falta asimilar muchas cosas sobre mis propias contradicciones, ahora entiendo que los opuestos (internos o externos) son válidos; ahora, por fin, me atrevo a poner los míos a conversar. Aún no tengo claro qué saldrá de este diálogo, ni sé cómo mantendré el equilibrio entre mis contradicciones. Sin embargo, el ser capaz de mirarlas de frente me quita un enorme peso de encima: el de creer que solo puedo ser una única versión de mí misma.
P.D: A todos aquellos en tránsito, les deseo fuerza, paciencia y, sobre todo, mucha apertura para aprender de sí mismos. Es un trabajo duro, pero muy interesante. ¡Salud!