Por Redacción Vivir en El Poblado
Por Juan Sebastián Mora
Con la intención de escapar de los rutinarios trancones en la carrera 80, de la incomodidad de los circulares sur –cuya capacidad es inflada por los conductores en horas pico hasta límites insospechados– y hacer un poco de ejercicio, unos meses atrás opte por caminar al trabajo.
Vivo por La Mota y trabajo cerca al parque de El Poblado. Es un recorrido que con un estado físico promedio y a un paso moderado, efectúo en una hora.
Las satisfacciones son cuantiosas. Pasar de largo por la 80, mientras carros y buses se van agrupando, cruzar el lugar donde las personas observan aterrizajes en el Olaya Herrera o las tranquilas calles de Mallorca y Campo Amor.
Al llegar al puente peatonal que conecta Campo Amor con Guayabal, el camino es menos placentero. También es usado como inodoro y para consumir drogas. Esto ha provocado que muchos transeúntes prefieran cruzar corriendo la veloz avenida Guayabal. Cerca hay un semáforo para el paso de personas con discapacidad, pero está subutilizado.
Las renovadas aceras de la 10 son tal vez un primer paso para cultivar el paso de caminantes, pero el excesivo tránsito de busetas, camiones pequeños y automóviles son una invitación para tomar caminos alternos y así evitar un trayecto caracterizado por la contaminación visual, auditiva y atmosférica.
Pese a algunas incomodidades, optar por caminar –siempre y cuando el tiempo, la ocasión y la distancia lo posibiliten– es positivo para la movilidad y el aire. Lo resume un graffiti que veo en mi recorrido: “Sin cambio no hay comienzo”.
Por Juan Felipe Quintero
Hora de salida: 8:20 a.m. El reto: llegar al trabajo en un medio alternativo. La elección: a pedal, para recordar mis años de universidad, cuando rodaba entre Carlos E. y la UPB. Es más efectivo que a pie, divertido, menos retador para la paciencia que en bus.
3,6 kilómetros indica Google Maps. A pie, me tomaría 41 minutos; en carro son 14 y si no hay tráfico, 7. Pero la 43A nunca está vacía, ni en Día sin carro (¿supieron que el 2 de abril, 377 conductores se burlaron de la medida?).
Partí de San Julián hacia Sandiego, salí por Premium Plaza y tomé la 43A al sur, hasta el parque de El Poblado. No crucé la avenida caminando con la cicla arrastrada, porque el buen ejercicio beneficia el medio ambiente y respeta las normas. Los ciclistas no son más (tesos, intrépidos), son otro actor en la vía.
El reto fue “subir” el puente de Enka y luego a la 14. Mi pedaleo ya no es el de los 90. El consuelo: ni Nairo va al trabajo en cicla.
Y salió bien. Ni una agresión, solo un par de buses me pasaron más cerca de lo que hubiera querido, todo en paz entre carros, motos, peatones y mi cicla. Me demoré 15 minutos.
El ejercicio lo repetiría, y puede ser divertido el juego de bajar tiempos semana a semana. Claro, a mayor exposición, más riesgo de incidente, y días de lluvia no ruedo.
Lo recomiendo para quienes se mueven por la parte baja. A los que viven en loma, ni se les ocurra. Desayunen bien, estiren, usen bloqueador y casco, lleven agua y rueden orillados. Y hablen con Gestión Humana para que dote la oficina con duchas. Si quieren cuidar el ambiente, que no haya golpe de ala.
Por: Saúl Álvarez Lara
Ir desde el Hospital Manuel Uribe Ángel, en Envigado, hasta el Parque de El Poblado, en automóvil, por la vía de la canalización y la avenida 43A, con los trancones por hora pico y obras en la vía, es un trayecto que toma cuarenta o cuarenta y cinco minutos. Menos si el tráfico es propicio. En bus es otra cosa. La ruta que pasa por el Hospital y el Parque es Gascuña. El bus baja de la transversal Intermedia hasta el parque de Envigado por la calle 37 sur; en la carrera 42, 43A más adelante, dobla a la derecha hasta el parque de El Poblado. Más o menos seis kilómetros. Con paradas, esperas y flujo de pasajeros en hora pico, la duración del trayecto es poco menos de una hora. Sin embargo, la frecuencia es escasa y la espera puede tomar diez o quince minutos más. En ocasiones por cada tres o cuatro buses del Metro pasa uno de Gascuña. A pesar de que puede ser inconveniente, por el tiempo o el apretuje, algunos buses incómodos o viejos tienen menos suspensión que un ladrillo, el trayecto en bus tiene encanto. Empleados, secretarias, funcionarios, jubilados, van concentrados en lo que dejaron o van a encontrar y no se miran, pero ellos son la ciudad y hacen posible que las afugias de lo urbano no viajen en bus; solo una vez, una señora lloraba en su puesto, pero debía ser por otra cosa. Hasta las ocho de la mañana la ruta de Gascuña pasa con el pleno de pasajeros. Durante el día, antes de que todo se repita en sentido contrario, los buses pasan, a veces, con el conductor en solitario, lo mismo que la mayoría de los particulares.
Por Laura Montoya Carvajal
La primera Comercial Hotelera no paró. Ante mi mano agitándose, el conductor apuró la buseta con una sola ocupante para alcanzar la luz verde del semáforo que queda al lado del Complex Los Balsos, en la Transversal Superior. Mi experiencia anterior con la ruta me hizo pensar que me tomaría más de 15 minutos la espera de mi transporte hacia la Universidad. No obstante, cinco minutos después, otra buseta 304 se detuvo y me subí. Tres pasajeros, nada parecido al usual nudo de gente que se obliga a caber en este vehículo, muy utilizado porque va desde San Lucas hasta Laureles. Pensé que se subiría más gente luego. El conductor se detuvo unos minutos en el semáforo y tomó la oreja para seguir por la Superior.
Con miedo, miré las calles llenas de carros y buses, esperando un embotellamiento: eran las 7:45 am. de un martes y mucha gente iba en la misma dirección de la Hotelera. Pero el conductor bajó por la 5 sur, pasó sin contratiempos la estrechez de la obra de la Inferior con Los Balsos y llegó a la avenida El Poblado faltando 6 minutos para las 8. Aun se veían muchos carros, pero ni la Milla de Oro ni la calle 10 represaron la carrera de la buseta blanca y roja en la que me monté.
Luego de la usual parada en la Terminal del Sur, el conductor aceleró y culebreó por la 65 hasta alcanzar Bulerías. A las 8:20 am. me estaba bajando frente a Unicentro, junto a tres de las seis personas que la buseta transportó. Los cuatro esperamos, con tiempo de sobra, el eterno semáforo para cruzar a la UPB.
Por José Fernando Serna Osorio
Envigado despierta su trajín diario y las calles se invaden de carros y transeúntes que caminan con afán en todas las direcciones.
Por entre unas calles que parecen laberintos, en el barrio La Mina, parte alta suroriental de este municipio, descuelga copado de gente un bus del servicio integrado. Es hora pico. Las 7:15 a.m. marcan el reloj. Un billete de $20.000 malencara al conductor del vehículo en medio de la maniobra mientras sostiene el dinero, la cabrilla y la palanca de cambios. Se sortea el primer escollo. La ruta final es el parque de El Poblado.
Otro contexto por la avenida El Poblado. El tráfico fluye lento, pero constante mientras la abundancia de carros congestiona esta importante vía. No hay sobresaltos en una ruta que se puede tardar 20 minutos. No es una odisea la ida.
Son las 6:00 p.m. Pitos y congestión. El estrés del final del día se apodera de los conductores. Mientras algunos caminan por la calle 10 con dirección hacia el metro, otros más osados se atreven a montarse en un bus por la avenida El Poblado con dirección al sur.
Este último acto, que podría ser de contrición por algún pecado, se convierte en una prueba de resistencia. Desde la ventanilla de un bus solo se atina a observar el panorama, son más los golpes en seco por el freno voluntario del conductor que los avances. Tiempo de ida 20 minutos, el de regreso 52. Paciencia, paciencia, paciencia.
¿Y el metro? Rápido. Solo un reto: ingrese a la estación Poblado y luego al vagón. Si es capaz.
Por: Daniel Palacio Tamayo
4 de la tarde. La intensidad de las lluvias que cayeron sobre El Poblado empezó a disminuir. Ahora caía una llovizna por El Tesoro con la Superior. –Señor, ¿por acá pasa alguna ruta que me deje cerca a Eafit? –No sé dónde queda eso, oís. Me responde el conductor del bus que estaba estacionado en el paradero. Me quedé estupefacto unos segundos y no respondí.
Decidí escamparme debajo del puente Evelio Ramírez e intentar pedir un taxi por una app. No fue fácil. No había servicio disponible. Al siguiente conductor de bus que llega al paradero le hice la misma pregunta. Solo él pasa cerca y me deja en Monterrey. Este bus, a diferencia del anterior, tenía asientos, así que pagué los $1.900 del pasaje y pasé la registradora. –Señor, ¿se demora mucho acá antes de arrancar? Pregunta una mujer antes de subir. A las 4:21 pm. cuando el bus arrancó todas las bancas estabas ocupadas y algunas personas ya iban de pie. En su mayoría mujeres. Si acaso éramos cinco hombres. El bus emprendió su marcha con parsimonia.
21 minutos exactamente demoró hasta Monterrey, donde busqué la forma de seguir hasta Eafit. La misma lluviecita. Otro pasaje de $1.900 me pareció demasiado para un tramo tan corto de cerca de kilómetro y medio. EnCicla podía ser una buena alternativa, pero la estación más cercana estaba en Ciudad del Río. Opté por el bus de Circular Sur, que tras subirme arrancó endemoniado a competir con otro conductor. Toqué el timbre al llegar a la Universidad. El bus, sin utilizar la bahía, abrió las puertas para dejar ahí algunos pasajeros. Eran las 4:56 de la tarde y la lluvia nada que se iba.