Tal magnitud alcanzó el discurso de odio en las redes sociales que la Unesco ya habla del desafío de encontrar un equilibrio entre la libertad de expresión y el respeto por la igualdad y la dignidad.
Del grafiti se puede abrir una discusión sobre legalidad. Una posición dirá que como toma provecho de bienes, públicos o privados, requerirá de una autorización que garantice orden, ubicación y respeto de la propiedad. Otra posición replicará que el grafiti legal deja de ser grafiti y se convierte en muralismo.
Se puede debatir, además, sobre calidad de la obra y moverse entre el elogio de la pertinencia, la técnica o la expresión o, en una posición contraria, tacharla como mancha de pintura. En ese debate que la ciudad abre ocasionalmente se encuentran voces que ven esta realidad como una balanza entre el interés por “perpetuar el blanco sepulcro del muro” o querer “la imperfección”.
Ese domingo 22 de julio la conversación, si cabe el término, intercambió expresiones propias del ajuste de cuentas y del fenómeno de las fronteras invisibles. Habían muerto tres jóvenes en las vías
del metro.
Posiciones habrá tantas como ciudadanos y así se expresaron el domingo 22 de julio. Pero ¿puede haber posiciones disímiles frente al concepto de la vida? Ese día fallecieron Juan David Guavita Leguizamón (25 años), Andrés López Pérez (27) y Javier Nicolás Rojas Medina (28) arrollados por un tren que pasaba entre Poblado y Aguacatala en revisión de la vía férrea por fuera del horario comercial. Vivir en El Poblado publicó la noticia en su sitio web y sus redes sociales, dio cuenta de la expresión de condolencias del Metro y de su disposición para desarrollar arte con la ciudadanía, además informó que la Policía y la Fiscalía investigan el caso.
Y las redes sociales estallaron, de nuevo. Usuarios intercambiaron puntos de vista sobre arte, transporte, intrusión en propiedad pública, hasta que perdieron el control y llegaron al nivel de hablar de “muerte merecida”, del origen de las víctimas y de conducta dolosa.
“Discurso de odio”, como lo definió la Unesco, el que “enfrenta a grupos de individuos mediante un lenguaje amenazante”; “lealtades tribales”, según el psicólogo Steven Pinker, que caricaturiza en las redes a quienes no están de acuerdo sobre un tema relevante.
¿Nos estamos leyendo, de verdad, cuando interactuamos en las redes sociales? Ese domingo 22 la conversación, si cabe el término, intercambió expresiones propias del ajuste de cuentas y del fenómeno de las fronteras invisibles. Dos conceptos que por estar en ámbitos digitales no son menos dañinos.
No es responsabilidad de la tecnología. Construir diálogo, generar sociedad y honrar el valor de la vida son tareas de los que eligen tomar el control de un teclado.