La escena hablaba por sí sola: hace unos días, en una tienda de la ciudad, había tres
personas. Aunque llegaron por caminos diferentes, a todas las unía el mismo motivo:
se encontraron ahí, por un robo; les quitaron su teléfono celular en eventos distintos
sucedidos durante la noche anterior.
El vendedor dijo, sin detalles y sin ningún asomo de alegría por el aumento en las ventas
de su marca: “Esta es la realidad nuestra cada semana. Lo único bueno es que ya les está
quedando (a los ladrones) más difícil activar los equipos después del reporte y bloqueo”.
A quienes han crecido en Medellín, estas frases son comunes, sin importar la generación
o el barrio: “Suba los vidrios”, “Cierre el bolso”, “Guarde bien la billetera”.
Incluso es posible afirmar que hay personas preparadas para decirlas. Es como si hubieran sido
entrenadas para descubrir, revelar y advertir sobre los robos que se aproximan. También, y después de uno, es común ver a los cercanos preguntar sobre la situación, y dependiendo de la versión, escucharlos transferir la responsabilidad a la persona robada. Por ayudar, “dar papaya” o no haber sido lo suficientemente cuidadosa.
Es como si robar, fuera una situación de simbiosis, una relación de mutualismo entre el
que facilitó la circunstancia, con su ingenuidad, y el amigo o amiga de lo ajeno.
El asunto comienza temprano, en los colegios, cuando se pierden bolsos, juguetes o algún dulce. Y sigue en las universidades, con la pérdida de celulares o algún computador.
Y continúa, en la vida, con cualquier otro objeto que se convierte en el deseo de un ladrón
experto o eventual, una persona que ha pensado que es más feliz en llevarse lo ajeno que
en intentar conseguirlo por sus propios medios.
Ya vimos que esta actitud puede llegar, incluso, hasta un edificio como el de la Alcaldía de Medellín (la Fiscalía acusó, en días pasados, de peculado a contratistas de la empresa Cyan, quienes habían instalado una carpa, para eventos, en el aeroparque Olaya Herrera).
El tema no es cuestión de pobreza o necesidad, como creen algunos. Hay otros pueblos o ciudades donde las personas son felices con lo que tienen, comparten, devuelven lo encontrado y no tocan lo ajeno. Dicen que la honestidad se aprende en la casa y en el colegio.
Y como eso no sucede aquí, en varios casos, sería valioso que las autoridades o una de
las organizaciones de la sociedad civil realicen alguna campaña que nos muestre, como
sociedad, cómo es el camino de regreso a la honradez. Por fortuna, aquí también hay
personas honestas que sirven de ejemplo e inspiración. Aunque sean desconocidas. O no
hagan ruido