De la guerra a la paz

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Guerra y paz es una novela incomparable e inolvidable. Sus personajes son criaturas casi reales, vivaces, intensas, pletóricas de fuerza, contradicciones, emociones y sentimientos. Criaturas entrañables: ¡todas!
/ Esteban Carlos Mejía
De todas las novelas que he leído, la que más me gusta es Guerra y paz, del conde Liev Nikoláievich Tolstói. Es una obra capital, inmensa, un exquisito monumento literario, no sólo por su extensión (1.473 páginas de ajustada tipografía) sino por su carácter, estilo y vitalidad. Es un libro de un “equilibrio sobrehumano”, como dice Eduardo Mendoza. “Un equilibrio sutil, cuyo secreto escapa a todo análisis formal, que permite a la narración fluctuar continuamente, pasar de un salón a un campo de batalla, de un diálogo íntimo a un plan de regeneración nacional, de una reflexión filosófica a una carga de caballería, de una reunión del Alto Estado Mayor francés al lecho de un moribundo, sin transiciones bruscas, sin forzar el estilo y sin necesidad de explicación ni artificio”.

Guerra y paz es una novela incomparable e inolvidable. Sus personajes son criaturas casi reales, vivaces, intensas, pletóricas de fuerza, contradicciones, emociones y sentimientos. Criaturas entrañables: ¡todas! El príncipe Andrei Bolkonski, puro, íntegro, valiente, sin dobleces, un ser excepcional. Su hermana, la princesa María, fea, resplandeciente de amor por el prójimo. El conde Pierre Bezújov, rico, desmañado, enorme y torpe: otro hombre purísimo, recto, desgarrado por dudas y ansiedades interiores. ¡Y la familia Rostov! Nikolai, impetuoso y volátil. Natasha, la hermosa e inefable Natasha, mariposa en flor, tierna, dulce, firme y voluntariosa. Sonia, beldad marchita, pobre y desamparada. Y los demás, decenas o centenares de personajes trazados con maestría, que entran y salen de escena con propiedad y energía.

Sin olvidar la trama, esa perfecta combinación de ficción y realidad, las guerras napoleónicas contra Rusia entre 1805 y 1812, propulsada a través de cada página con sutileza y claridad. Más la acción, esa vaina mágica que pone en marcha los acontecimientos sin atafagar al lector ni aburrirlo ni desplantarlo. ¡Sin palabras!

A Eduardo Mendoza le sobra razón: “Un equilibrio sobrehumano”.

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* Body copy. “¿Qué me sucede? ¿Me caigo? Las piernas me vacilan”, pensó; y cayó de espaldas. Abrió pesadamente los ojos, con la esperanza de ver cómo terminaba la lucha de los franceses y los artilleros; deseaba saber si el pelirrojo había muerto o no, si los cañones estaban en poder del enemigo o habían sido salvados. Pero no vio nada. Sobre él no había más que el cielo, un cielo alto, sin brillantez, pero infinitamente alto, sobre el que se deslizaban unas nubes grises. “Qué paz, qué calma, qué serenidad; todo es distinto a como era hace un momento, cuando yo corría –pensó el príncipe Andrei–; cuando corríamos, gritábamos y combatíamos; cuando con aquellas caras furiosas y asustadas, el francés y el artillero se disputaban el atacador, las nubes no se movían así por ese cielo alto e infinito. ¿Cómo no me he fijado antes en esa profundidad del cielo? ¡Qué feliz me siento de haberlo sabido al fin! Sí, todo es vacío y engaño, menos ese cielo infinito. No hay nada más que él. Pero ni eso existe. No hay más que paz, reposo… Y muy bien que así sea.”

Liev Nikoláievich Tolstói. Guerra y paz. 1865
* * * Vademécum. ¿Pletórico? “Que tiene plétora. Exceso de sangre o de otros líquidos orgánicos en el cuerpo o en una parte de él. Gran abundancia de algo.” ¿Entrañable? “Íntimo, muy afectuoso”. ¿Atafagar? “Sofocar, aturdir, hacer perder el uso de los sentidos, especialmente con olores fuertes, buenos o malos”.
Esteban Carlos Mejía
[email protected]

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