“Se quedó mucho tiempo mirando cómo se alejaba. Cuando lo perdió de vista, la muerte se sintió incluso un poco triste. Pero así es la vida”.
El pato y la muerte – Wolf Erlbruch.
Esta semana me despedí de alguien que amaba. Podría decir que fue una despedida anunciada, esperada; y, sin embargo, fue una despedida triste. “Cuando morimos nos llevamos un pedazo del mundo”, dice Rosa Montero, y es verdad. No termina solo el mundo de la persona que parte, también se va con ella un trozo de nosotros.
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Cada muerte es el final de un tiempo compartido. A partir de ese momento, todo serán recuerdos, no habrá asomo de futuro. Y esto, que suena lúgubre, podría ser también una manera de decir que cada muerte es el comienzo de una nueva forma de vida: alumbramos un poquito la oscuridad cada vez que nombramos a esa persona que extrañamos, cada vez que hablamos de ella o recordamos detalles que en su momento nos parecieron intrascendentes y fueron, en últimas, los que modelaron su vida. Cada vez que nos reímos o lagrimeamos por esa persona, la traemos a nuestra memoria. Solo así sentimos que somos capaces de derrotar el vacío.
Vivir con nuestros muertos es un libro escrito por Delphine Horvilleur, una rabina francesa -una de las pocas rabinas que existen-, en el que narra su experiencia acompañando estas despedidas. En todas hay algo común: al prepararse para cada ceremonia, Horvilleur intenta reconstruir la vida de la persona que ha fallecido a partir de los relatos de sus familiares y amigos. Cada historia de este libro parece confirmar que las palabras nos mantienen presentes. “Solo cuando la vida y la muerte se dan la mano puede continuar la historia”.
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La persona que despedí esta semana era la última de mis tías. En mi relato sobre ella diré, entonces, que caminaba despacio, pero con firmeza; que tenía las palabras contadas y que las usaba siempre de manera precisa; que sus silencios eran profundos y que cada vez que la vi se despidió de mí con una bendición amorosa. Mi tía vivió tantos años que acompañó el final de todas sus hermanas, organizó los detalles para su partida y tuvo tiempo, incluso, de amigarse con la muerte.
No habrá viento ni río que traiga de regreso a nuestros muertos. Pero cada vez que nos asomemos a su recuerdo, nos estaremos asomando, también, a la vida. Ya no los veremos, pero los evocaremos. Y así será como logremos continuar su historia, lo oscuro tendrá algún ribete de luz y el pasado prometerá algo de futuro.
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