Te vas al Ejército. Caray, no tenía ni la menor idea de lo que eso significaba. Llegó el día, un 5 de diciembre de 1994. Una mañana cualquiera se convirtió en la más larga de la vida.
Parados en un campo extenso estábamos cientos de muchachos igual que yo, flacos, cabezones, pero sonrientes sin saber que vendría.
Se acerca mi papá y me dice, “tranquilo muchacho que el coronel nos dijo que aquí la van a pasar bien, que no nos preocupemos”. Me dio un abrazo y se marchó.
Yo me quedé ahí, pasmado, esperando irme con él. Se alejó hasta que ya no pude verlo. En ese momento el mundo se me vino encima. Aún sin entender qué pasaba, pero algo dentro de mí me decía, “ya Augusto, estás en el Ejército y volverás a salir en 365 días”.
Nadie me preguntó si quería, si quería quedarme o irme a mi casa, nadie tuvo esa gentileza. Cuando menos pensé, estaba en un alojamiento de cientos de camarotes.
Me toqué mi cabeza y me faltaba algo: el pelo. Comprendí que tampoco lo volvería a ver, no por calvo sino porque me lo cortaron sin más. Pase de usar mis jeans desgastados, no por la moda sino por el uso, a vestirme de una forma diferente. Un traje caqui, con un gorro bastante ridículo. Si no me lucían ni las gorras, ahora este famoso kepis…
Me entregaron un calendario, allí comprendí lo que era cada número. Cada uno sería un largo día que pasaría allí, sin saber del mundo. En aquel momento no habían celulares, ya sabrán lo que es vivir sin eso.
Cuando por fin ese día estaba llegando a su final, para restar uno a esos 365 días, la noche se hizo eterna, larga, pasiva. Así serán estos días que me quedan. Alguien pasó golpeando los camarotes con un palo, a eso de las 4 am. De un salto me puse en pie y dejé ese pedazo de espuma que se podría llamar colchón. Seguí la fila que corría al baño. No sabía qué pasaba, tan solo seguía la manada. Al entrar en ese baño, donde el agua llegaba a los tobillos, no había tiempo de repudio, solo de tratar de bañarse con un hilo de agua fría en medio de una muchedumbre de flacos y calvos soldados.
Salí de allí como pude, con jabón aún en la cabeza, me estaba vistiendo a una velocidad inusitada. Fila, gritos, formaciones, cantar el himno nacional frente al comedor donde la noche anterior las lentejas eran unos completos balines. Y eso que me salté el almuerzo, que fue un mondongo que en la vida quiso ser un plato decente, pero se quedó en el intento.
Alguien comenzó a gritar, aquí no está su mamá para hacerle el desayuno. Recuerdo que el día anterior me despedí de ella parada en el balcón con lágrimas en sus ojos. Solo le dije, tranquila mamá que ahora vuelvo. Iluso yo, jajaja, tuvo que esperar 365 días.
Entramos al desayuno, efectivamente no era el desayuno de casa, un caldo de costilla, que en la vida había desayunado con sopa, un pan duro y un chocolate que se quedó en late.
Salimos de allí y todavía estaba oscuro. Miré alrededor, no comprendía mucho, solo pensaba en los 364 días que me quedaban y con todo lo narrado apenas eran las 5:30 a.m. Pasaron los días, los meses, los años y ahora recuerdo esa época con una nostalgia única, con momentos increíbles, duros, pero otros de muchas risas. Doy gracias por las personas que conocí, por lo que aporto a mi vida ese tiempo allí. Podría escribir muchas páginas con muchos anécdotas que pasaron por aquellos días. Siempre que los cuento la gente ríe. Fue un tiempo que recuerdo con cariño, pero mientras pasó tuvo sus dificultades. Pero sacó lo bueno y siento que aprendí bastantes cosas de la vida.
Ahora nos dicen, que estemos en casa 20 días, quizás un mes o tal vez hasta mes y medio, aún no sabemos, pero más de dos no serán.
Miro a mi alrededor y todo lo que veo me gusta. Primero ser agradecido por tener un hogar al lado de mi esposa. Techo, televisor, internet, celular, comida, tener donde prepararla, una buena cama para descansar, un baño, agua caliente, un balcón para ver la ciudad, libros, computador, revistas, un sofá increíble. Aquí podría pasar mi vida entera, todo lo que veo me gusta, todo está aquí por el fruto de nuestro trabajo, es donde siempre queremos estar cuando estamos en la calle, cuando estamos cansados no vemos la hora de estar en casa. Deseamos tener tiempo para disfrutarla. Ahora lo tienes y allí lo tienes todo.
Vive tu casa, vive por ti, por todos.
Pronto estaremos de nuevo en nuestro día a día y estaremos añorando este tiempo. Aprendamos de él, hay muchas enseñanzas cada día que pasa, aprovecha este tiempo que estoy seguro jamás volveremos a tenerlo o tal vez si, cuando estemos viejos y podamos contar tantas historias de estos días, que sentirás el orgullo de haber vivido esta época que nos cambió para siempre.
Por Augusto Cartagena