Taxistas de la tradicional Flota Bernal ventilan historias de no te lo puedo creer, en un viaje que termina en el barrio Manila, donde un conductor retirado pone a marcar su relatómetro
Arranque con tres carros
Oscar Bernal, quien había sido cofundador de la Flota Balcanes, diligenció la razón social de Flota Bernal hacia 1952, y fue su propietario durante cinco años; entonces le vendió a Gabriel Vélez, el Chorizo, socio de Gilberto Cuartas Velásquez. Ahí fue cuando mi papá quiso cambiar el nombre por Flota Cuartas, pero entonces todo lo manejaba el Tránsito Departamental de Antioquia, que cobraba mucha plata. Mi papá prefirió invertir en dos autobuses y no cambiar la razón social porque además apreciaba mucho a Oscar Bernal.
Su papá le contaba que una carrera a comienzos de los 50 podía costar 2 o 2,50 pesos; y las liquidaciones eran de 4.500 o 5.000 pesos. Entonces el tanque de un carro se llenaba con 50 o 60 pesos.
Hacia 1963 se terminó la pavimentación de la vía Medellín – Envigado, que era de un solo carril y de doble vía. Por ahí pasaban los autobuses de Envigado y las famosas Arrieritas, de marca Volkswagen. Los buses de El Poblado se parqueaban arriba de la calle 10, y los taxis frente al atrio del templo de San José, bajo dos ceibas. Allí lavaban los carros con baldes de agua que tomaban de la canilla del parque, regalada por el Municipio de Medellín.
A finales de 1972 quedó constituida Flota Bernal como sociedad anónima. Otros de sus miembros fueron Rodolfo Escobar, Isidoro Arango, Óscar Bernal y Salvador Castaño. Los siete carros que tenían eran de colores y llevaban en la capota la divisa de Taxi Driver, que se iluminaba en la noche.
Con El Poblado creció también el parque automotor. Las oficinas de Flota Bernal quedaban en la calle 10 con 43 B, al lado del comando de la Policía (una casa vieja con calabozos al fondo), sede actual de la Defensa Civil. Con la expansión del sector se volvieron más complicadas las direcciones, pero dos personajes hicieron las veces de GPS: Gilberto Cuartas y Arnulfo Mesa, el Pony, que no solo conocía la nomenclatura sino las fincas de todos los personajes, sabía dónde vivía el diablo. Hablamos de fincas y mansiones como Villa Inés, Villa Carlota, Castropol, Élida, Asturias, La Florida, Castilla, El Pinar, Alejandría, Chipre, Alsacia, Cantabria, Niza, Oviedo, Ceylán, Lorena, etc.
Otro de los protagonistas de esta historia, Marco Tulio Bolívar Ramírez, vinculado a Flota Bernal desde 1978, tuvo un Fiat Polski tipo italiano que le costó 400.000 pesos y venía con taxímetro digital, que apenas se conocía en Colombia. Llegó a ser propietario de un Chevette y de un Dodge Dart; uno de ellos era manejado por su papá, quien se pudo jubilar teniendo al hijo como patrón. Trabajaban por horas y acompañaban matrimonios y cortejos fúnebres. Los llamaban de bailaderos como Caballo Blanco, en la calle Colombia, para que recogieran clientes de El Poblado; así como de Envigado, en donde amanecían los merenderos.
Distinguida clientela
Gilberto Cuartas recuerda que transportaban a personajes muy prestantes como Diego Echavarría Misas, que vivía en Los Balsos; Carlos J. Echavarría Misas, en la finca Los Naranjos (Loma de los González) y Ramón H. Londoño, quienes conformaban la clientela exclusiva de Flota Bernal. Sin olvidar a los hermanos Toro, Jaime y Gustavo, fundadores de almacenes Éxito; a mediados de los años 60 solían tomar el bus junto a la iglesia rumbo al primer almacén que tuvieron en Guayaquil, fundado en 1949; solo los domingos montaban en taxi. Ramón H. Londoño tenía un jeep Land Rover: Ese señor era alto, con tipo alemán, vestía zapatos fuertes y pantalón de dril, y no me gustaba estar al lado de él porque fumaba tabaco y el taxi quedaba oliendo maluco. Él fabricaba jabón de barra en una pequeña fábrica que quedaba pasando el río, y lo vendía en las tiendas y graneros. Con el tiempo compró el terreno y construyó Inextra. También transportaban a Emilio Posada, dueño de los tejares y de la única tienda con teléfono, y al fundador de Codiscos, Alfredo Díaz Montoya.
Asimismo, eran los taxistas elegidos por los visitantes y extranjeros que frecuentaban el Club Campestre, de donde llamaban a Flota Bernal porque se sentían más seguros. Y quienes vivían en las lomas de El Poblado aceptaban pagarles una tarifa más alta para compensar el mayor gasto de gasolina. Cuando iban al Hotel Intercontinental la sobretasa era de 50 pesos, ya que el servicio era de lujo; una gabela que consiguieron con el alcalde Bernardo Guerra Serna.
Al igual que a los empresarios, han movilizado a la clase política que habita en el sector con mayor poder adquisitivo de Medellín.
Menos distinguida clientela
Claro que no todos los usuarios eran gente bien; también les tocó transportar a tipos peligrosos, pero ignorábamos quiénes eran los que pedían servicios en apartamentos de estrato 6 de El Poblado, donde vivían los jefes de la mafia, dice Marco Tulio. En la zona Pablo Escobar tenía las fincas El Bizcocho (San Lucas), que hoy ocupa la Fundación La Luz y Calandaima, además del edificio Mónaco, entre otras propiedades; y de los Castaño era la mansión Montecasino, donde ordenaron sus ejecuciones, y que hoy ocupa el Fondo de reparación para víctimas.
A mediados de los 80, bajando por la 10, a Marco Tulio lo paró un joven que quería que lo llevara a Niquía (en el municipio de Bello) a recoger una muchacha para el Patrón. La pareja se acomodó atrás y, ya de regreso, el tipo se bajó furioso, sacó un revólver y le pegó tres tiros a la acompañante, que no sobrevivió. A él le tocó la racha del narcoterrorismo en los años 80; recuerda cuando estalló una bomba en el Comando de Policía del barrio Manila. Asimismo fueron víctimas del deterioro de la ciudad por causa de la droga; muchas veces, blandiendo un arma, solicitaban el servicio para soplar en el carro o para hacer una vuelta.
Hermilda Gaviria, la madre de Pablo Escobar, vivía en Torres de Lorena y con sus hijas usaba la Flota Bernal, para visitar a su hijo, el Osito, en la cárcel de Itaguí. Pero un día, en la Avenida Oriental con Los Huesos, los Pepes mataron a un taxista de la empresa por transportar a la hermana de su archienemigo.
En 1984 a Gilberto Cuartas le tocó sacar, a medianoche, de una urbanización en límites con Envigado al lugarteniente de Escobar, John Jairo Velásquez Popeye, quien pidió el taxi, pero se bajó a las pocas cuadras para cambiar de carro.
Claro que las jugosas propinas compensaban todos los riesgos. Marco Tulio tenía un cliente al que llevaba en las madrugadas al aeropuerto Olaya Herrera, y le pedía entrar por los hangares donde parqueaba su avioneta. Si la carrera valía 150 pesos, pagaba unos 500.
Vecinos de toda la vida
José Luis Vasco Ospina ya está jubilado, pero fue conductor de Flota Bernal desde 1979 y llegó a ser gerente de la empresa donde todavía tiene un par de carros. En su casa de Manila, acompañado de su hermana Ruth y de su primo Leonardo Holguín Vasco, narra la historia de su familia, fundadora de El Poblado en el siglo XIX.
José Luis Vasco y sus siete hermanos nacieron en el Parque de El Poblado, en la vieja casa esquinera que tenía su papá, donde hoy quedan Davivienda y el Banco de Bogotá. Allí había animales, árboles frutales y agua propia que bajaba de la montaña. Mi papá nació en Chipre, y mi abuelo y el bisabuelo en Lombardía, una finca que iba de la Transversal Superior hasta la Inferior. Según las escrituras que conservamos, la finca costó 80 pesos, hace unos 150 años. Pero los Ochoa se apoderaron de todo y ahí construyeron el conjunto de Lombardía, hacia 1968.
Su abuela, doña Abdona, nació en el sector de El Garabato pero se vino a vivir al parque, al lado del hijo. Era famosa porque se paraba bajo una ceiba del parque de El Poblado a vender velitas con coco y frutas, y los niños la querían mucho. Su casa era bajita porque no les alcanzó el dinero para igualarla con las del resto de la plaza; se conocía como la casa de los Loros. Les pusieron este mote porque cuando el abuelo jugaba lotería solo llenaba la tabla del loro. Y ese apodo lo heredaron hijos y nietos.
La empresa Croydon compró la casa del parque principal en un millón de pesos, y el papá de los loros adquirió el lote en la finca Manila por 85.000 para construir una casa de dos pisos. Al final de la calle 12 quedaba la escuela de niños Francisco Herrera Campuzano, que cerró hace 50 años, y donde hoy funciona parte del Comando de la Policía y la Casa de la Cultura.
El papá, el electricista del vecindario, fue presidente del Partido Liberal del barrio y el organizador de los torneos deportivos: hasta construyó las canchas donde se practicaban distintas disciplinas. Mi papá se moría de ganas de salir en Vivir en El Poblado, y se lo conseguimos de regalo cuando cumplió 78 años, en 1999 cuenta Pepe, mientras enseña un recorte del periódico con la foto del papá vestido de futbolista. José Luis, aparte de estudiar ingeniería electrónica, fue futbolista profesional y en su habitación exhibe fotografías en las que desde los 11 años aparece posando con el equipo de las reservas del Nacional, siempre al lado de Francisco Maturana.
La casa de los Loros es un punto de referencia de Manila, menos conocido que la Calle de la Buena Mesa, pero más entrañable para los vecinos porque allí sin falta decoran el antejardín y la casa para Halloween y Navidad; sacan sillas para rezar la novena, llevan villancicos y hasta hace unos años armaban un pesebre gigantesco en la sala que propios y extraños visitaban. Gracias a ellos se mantiene la tradición en el barrio, donde nunca faltaron los alumbrados con velas y faroles chinos o, en su defecto, candeleros hechos con naranjas.
Varias haciendas contaban con plantas de luz eléctrica, pero los Vasco cuentan que cuando eran niños, la luz se encendía con un gancho. A las 6 de la tarde, los agentes salían de la inspección y prendían las luces del barrio y del parque con una vara. Y el agua se extraía por medio de bombas manuales de los nacimientos de las lomas y se almacenaba en tanques.
Leonardo Holguín Vasco, de 85 años, primo y padrino de Pepe Vasco, nació enseguida de la casa de los Loros; detrás estaba el colegio Palermo de San José, donde estudiaban las niñas ricas de Medellín. Se cocinaba con leña, no había sanitarios ni acueducto, y el baño era con totuma, aunque también se acostumbraba el baño de río.
Cuenta José Luis que a su casa llegaban los peces por el acueducto y de ahí pasaban al sartén. Además, las quebradas eran limpias y se podía pescar para llevar sabaleta fresca a casa. Cuando llovía y La Poblada se salía de su cauce, las señoras lavaban la ropa afuera; mientras de la quebrada La Presidenta saltaban las sardinas, corronchos y capitanes que los niños recogían.
Del río también sacaron las piedras para construir la gruta de la virgen de La Inmaculada, cerca al cruce de las avenidas 43 A y la 34. La gruta fue iniciativa de doña María Ángel y allá todavía van los taxistas de Flota Bernal a rezarle a La Virgen y a encomendarle sus carros, especialmente los martes. El abuelo de Pepe y de León Vasco era el jardinero encargado de mantener las flores de la gruta, que tiene más de 80 años.
La familia Cuartas igualmente vivió en el corazón de El Poblado, en una casita campesina con solar y árboles frutales, situada detrás de la finca Santillana, propiedad de Agustín Uribe y donde hoy se encuentra el Gimnasio Santillana. Hacia el sur quedaba la finca Riobamba. Ese era El Poblado de la época, con unas pocas viviendas alrededor de la iglesia; pero en los años 30 el Banco Central Hipotecario construyó más de 40 casas y el templo de la Divina Eucaristía; se llamó barrio Lleras porque ese era el apellido del gerente del banco.
Viuda de un taxista fundador de Flota Bernal, doña Aura Toro de Posada es la matrona del barrio Manila, con 91 años y nueve hijos (dos han muerto). Cuando se casaron se fueron a vivir a la casona de los suegros en el parque —donde nació su hija mayor, hoy de 70 años—, y luego se mudaron a la Calle del Frito (por el olor permanente a fritanga y a hogao). Me tocó un barrio muy bueno, con gente muy querida. Me hice muy amiga de la mamá de Los Loros porque después fuimos vecinas en Manila, donde construimos la casa hace 60 años. Me acuerdo de doña Abdona, doña Ligia, doña Ofelia, los Álvarez, don Julio, Chorizo… Los Toro eran muy sencillos, vivían en la 10, a dos cuadras del almacén actual, nos invitaban a la casa y nos hacían muchas atenciones, recuerda la señora Aura.
El poblamiento del barrio
A finales de la década de los 30 comenzó la construcción del barrio Manila. Lote a lote, las familias fueron construyendo sus casas; la primera fue la de Gabriel Vélez, Chorizo, socio fundador y gerente de Flota Bernal. Hoy en día en esa casa funciona el restaurante Olivia. Después llegó Pastor Saldarriaga y con el paso de los años se asentaron las demás familias: los Vasco, los Ardila, los Uribe, los Aguirre, los Montoya, los Pérez, los Martínez, los Carmona, los Arredondo, los Ortiz, los Grajales… Los primeros pobladores eran sencillos, de la misma clase social, los ricos estaban en sus fincas, que visitaban en vacaciones.
Y Abel Sánchez, Padrenuestro, dueño de la Flota Autobuses El Poblado construyó un edificio. La leyenda urbana dice que sacó un entierro en la Élida: doña Rosa, su señora, estaba lavando la ropa con un pedacito de jabón que se le escurrió por un hueco del lavadero, entonces se puso a llorar porque eran muy pobres. Para ayudarla, el marido levantó las piedras y ahí encontró la caja de morrocotas de oro y libras esterlinas… Cuentan los Loros que Padrenuestro era un chofer de Guarne, que como no tenía carro se la pasaba rebuscando, hasta que sacó la guaca. Doña Rosa iba a la tienda de mi abuela, Abdona, para que le fiara el mercado, hasta que llegó a 100 pesos, y la abuela le dijo que no le podía fiar más, pero esa señora se puso a llorar tanto que mi abuela le siguió fiando. Se quedaron viviendo en Manila y terminaron haciendo un edificio, después de que vivieron en una pieza donde los Ardila, concluye Pepe.
Lo más paradójico de esta historia es que uno de los 13 hijos del dueño de la finca Manila, Isaac Restrepo Posada, fue Jorge Restrepo Uribe, recordado alcalde de Medellín quien lideró la canalización del río y la construcción de la avenida El Poblado por el sistema de valorización, en 1956. Pero los únicos predios que no se valorizaron fueron los suyos en Manila, ya que la carrera 43 B, antigua carretera del barrio, fue desplazada por la nueva avenida.
Desde un principio la calle 12 fue considerada como la calle principal; la 10 se llamaba Calle de la Estación; la 11 se conoció como El Totumo; la 13, como barrio Apolo (pues las casas fueron construidas para trabajadores de esa empresa), y la 14 como Rancho Largo. Justamente en la bajada de El Totumo está Pollos Mario, un negocio emblemático de El Poblado, del que los Vasco reconstruyen la historia porque funcionó en la antigua casa de la abuela Abdona.
El Éxito de Manila
En el último año el barrio se empezó a caracterizar por los albergues para mochileros extranjeros que deambulan en bermudas y chanclas por las calles arborizadas, y muchas casas empezaron a reconvertirse en hostales con precios accesibles. Complementan el nuevo paisaje urbano las tiendas estilo vintage y los cafecitos tipo europeo, lo que está cambiando la vocación del barrio de residencial a mixto, con los inevitables problemas de movilidad y contaminación por basuras. Algunos han optado por arrendar sus casas o venderlas por el incremento del costo de vida. Otros prefieren morir allí, aunque ya no hay cupo en el viejo cementerio.
Los socios más antiguos de Flota Bernal —que hoy tiene más de 1.100 carros y sede propia en el barrio Colombia— vieron transformar el barrio que conocieron con mansiones sobre la avenida El Poblado, reemplazadas luego por edificios, hoteles, centros comerciales y casinos, aunque conservaron los nombres de los predios originales.
Han sido testigos de las bombas y atentados narcoterroristas que trastornaron la vida de la comuna, pero también de explosiones accidentales como la de los quioscos de pólvora que estallaron un 23 de diciembre de 1957, frente a la iglesia San José.
Tanta confianza han inspirado en su clientela en los últimos 60 años, que no se sienten menos que los conductores del polémico Uber, ya que además de prestar un servicio amable, ellos hacen parte de una empresa familiar y prestigiosa. Muchos tienen estudios universitarios y la mayoría ha tomado cursos de Relaciones Humanas en el Sena.
Han recorrido palmo a palmo las 1.432,58 hectáreas de su territorio, equivalentes al 39 % del total de la ciudad, en donde habitan 125.841 personas. Y han seguido de cerca el Éxito de los Toro, almacén que aparte de explayarse por todo el país fue escenario de amores, como el de Marco Tulio Bolívar, que conoció a su esposa cuando la recogió en su taxi en el Éxito, donde trabajaba en la sección de telas. A los 15 días la volvió a recoger, y comenzó a rodar el romance. Se casaron hace 32 años, compraron una casa en Envigado y tuvieron dos hijas, hoy profesionales. Y todo a punta de carreras de taxi.
*Agradecimientos al actual gerente de Flota Bernal, Gabriel Jaime Puerta, quien nos facilitó los contactos que hicieron posible esta crónica.
La cronista
Maryluz Vallejo Mejía
Nacida en Medellín. Comunicadora social- Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Con Doctorado en Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra, España. Fue profesora asociada de la Universidad de Antioquia y desde el 2001 ha estado vinculada a la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana donde es profesora titular. Cofundadora y directora de la revista Directo Bogotá desde 2004. Ha publicado varios libros sobre historia de la prensa escrita en Colombia y sobre la crónica periodística.