Una máquina aterradora de alias

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La lucha contra el crimen en Medellín no para de dar resultados, al punto que los cabecillas ahora duran al mando si acaso cuatro meses. Mérito del alcalde y reto de acompañamiento para el nuevo Gobierno y la denuncia ciudadana.

Con Soto, en marzo de 2017, y con Camellete, dos meses después, comenzó la racha de capturas de cabecillas de las presentadas como organizaciones delincuenciales integradas al narcotráfico, Odín, según las siglas de las autoridades, el mismo nombre del dios nórdico reconocido por sus dotes de sabiduría, guerra y muerte. Dos coincidencias.

Luego, en octubre, cayeron Queso, Abelito y Mateo; en noviembre los operativos dieron con la captura de El Chivo y Camilito y el año cerró con Tom, en diciembre.

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Todos deben leerse como alias y son pruebas de la que Federico Gutiérrez ha presentado como una de las prioridades de su gestión, la tranquilidad ciudadana, sostenida por una inversión de recursos histórica -la más alta en la última década-, y, al mismo tiempo, también explicación del alcalde, detonante de enfrentamientos entre criminales que van quedando sin jefe y, en consecuencia, de intranquilidad ciudadana.

Este 2018 también ha traído grandes caídas: Jumbo, Elkin Triana, Tilín, Cataño, Sombra, Mario Chiquito, Juancito, Nano, Tigre, Cheo, Popeye, Chatán, Pájaro, Igor y Jota. Los más recientes son Rayo, el sábado 11, sobre quien el alcalde le protestó a la Registraduría porque al momento de su captura portaba dos cédulas originales, y El Grande, el martes 14, presentado como hombre de confianza de Berna, Pichi y Tom.

Esa máquina de alias está en capacidad, al menos según el indicador de capturas, de producir más de 2.600 delincuentes, máquina que tiene por combustible la ausencia histórica del Estado, un presunto efecto deslumbrante del narcotráfico o el uso de la fuerza para reclutar jóvenes que no querían seguir ese camino de la ilegalidad.

El alcalde celebra, con toda razón, cada captura (“se les acabó la zona de confort”), asume con valentía los retos (“a alias Toco y a alias Machete les digo que se entreguen para que no les vaya peor”), tiene el serio reto de que la inversión social genere contrapeso y se alegra por el regreso de 2.472 niños a clases, buscados con nombre propio en sus barrios, con ayuda de los rectores (“es el golpe más fuerte que le podemos dar a la delincuencia”).

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Es una “lucha ética” de parte de la autoridad, así la presenta Gutiérrez, que muestra éxito, pero que se tiene que seguir librando sin descanso, con el apoyo del nuevo Gobierno y, mediante valor civil, con la siempre necesaria denuncia ciudadana.

 

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