Por: Juan Sebastián Restrepo Mesa
Huna, antigua filosofía de polinesia, señala que “el mundo es lo que uno cree que es”. También podríamos decirlo de la siguiente manera: “nosotros creamos nuestra propia realidad”.
No se confunda lector creyendo que me dispongo a arremeter con la típica prescripción nueva era, pidiéndole que aprenda a tener pensamientos positivos. Lo que quiero decir es que está científicamente demostrado, desde hace ya muchos años, que efectivamente creamos y sostenemos las realidades que experimentamos. Con nuestros supuestos, actitudes y expectativas, hacemos que las cosas sean posibles o imposibles, reales o irreales.
Pensemos por un momento en la mirada de una mujer enferma de celotipia: su pareja es un eterno sospechoso, mirado siempre desde la perspicacia, acusado hasta que demuestre, una y otra vez, lo contrario. Lo que ignora ella es que su mirada crea y sostiene paso a paso, una realidad incompatible con el amor donde tarde o temprano aparecerá un tercero.
O miremos también la realidad del violento. El mundo que parecía abierto a la violación de los límites y las personas, se estrecha paso a paso, devolviendo cada golpe. Su ojo ve presas, pero también cazadores. Se vuelve un mundo que devuelve violencia a su violencia. Un mundo de paranoia. Me viene a la cabeza Pablo Escobar escondido como un animal herido. Y bueno es la misma historia dando vueltas una y otra vez, desde el “chacho” del barrio, hasta el dictador; “el que a espada mata, por la espada muere”.
Pero pensemos también en Gandhi, por ejemplo, que vio la posibilidad de una revolución no-violenta, en un país dominado por una potencia bélica mundial. Para su ojo había otro tipo de coraje distinto al plomo y el puño. Su experiencia real estaba determinada por otros supuestos, actitudes y expectativas. Y claro, fue tan coherente su mirada que terminó por lograr su revolución, aún cuando bastaron otras pocas miradas menos lúcidas para malograrla.
Esta idea es simple pero poderosa. La gente todavía no entiende cómo es que existen tantos especialistas o doctores miserables y paupérrimos, y tanto analfabeta que a punta de sumas, restas y porcentajes se labra una fortuna. La diferencia reside en el ojo que mira.
Y claro está, el ojo es lo último que vemos, porque es lo que está más cerca. Pero es lo primero que deberíamos conocer. Es más, me aventuro a decir, que es el primero de los conocimientos válidos en un mundo lleno de conocimientos útiles pero banales.
El científico Heinz von Foerster, padre de la cibernética, lo decía hasta la saciedad en el siglo XX: “ Una descripción dice más de quien describe que de lo descrito”. Es porque lo que vemos en el mundo es la proyección de nuestra mirada.
Hace más de dos mil años lo dijo un gran hombre en el Medio Oriente con su estilo inconfundible: “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?”
Me parece que hablar de ética, política o ecología, sin entender lo anterior, es un desatino.
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Creer, ver, experimentar
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