Por qué cuando todo parece estar estable y tienes un trabajo, una carrera, un horario bien definido, sin mayores afanes ni contratiempos, te incomoda el alma.
Poco sé del destino, lo digo por la incertidumbre y el miedo, por lo que ignoro. Pero algo sí sé un poco y es de esa constante punzada del alma en el presente, ahora. Y no queda más que intentar descifrarla.
Entender por qué cuando todo parece estar estable y tienes un trabajo, una carrera, un horario bien definido, sin mayores afanes ni contratiempos, más que el de entregar el informe o salir en tiempos con la campaña, te incomoda el alma.
Y trabajas y descansas y vas al supermercado y cenas delicioso en tu restaurante favorito. Pero hay algo más que falta. Punzante, afilado, el sentimiento de que debe de haber algo más.
Algo que supere tu salario actual, pero no te llene la cuenta de banco. Algo que ocupe tu cabeza y tu tiempo y hasta te desvela si no es que se mete a tus sueños, pero no te llena de correos tu bandeja de entrada. Algo que te ronda la cabeza con excusas de la última película que viste, ese párrafo del libro que te marcó o ese post de Instagram que fue capaz de llegarte: algo que te dice que no es suficiente, que puedes dar más porque eres más de lo que ya tienes y haces. Y lo sabes, pero lo ignoras. Porque ignorarlo es más cómodo que ir detrás de él.
Ese llamado a ser lo que siempre fuiste, pero no recuerdas. A hacer lo que viniste a hacer, de lo que estás hecha, pero aún no lo quieres ver. A recordarte que estar aquí no es fortuito aunque parezca un acto de fe y se te haga cliché y un poco egocéntrico pensar que hay algo para ti más allá de lo que imaginas.
Pero no puedes negarlo. Lo tienes en la lengua y cada vez que lo ignoras te atora un poco la garganta. A veces lo escuchas cuando andas sensible, cuando se te escurren las hormonas por los ojos.
Está ahí, lacerante. Y te empuja a aventurarte a lo desconocido, a renunciar a lo estándar, a lo predefinido. A lo tranquilizante, pero aburrido de tenerlo todo seguro, calendarizado, calculado. A tenerlo todo arbitrariamente bajo control.
Te llama como me llama a mí. Como ese impulso que aún no se retracta de firmar la carta de renuncia a tu trabajo soñado. Como ese impulso que te corta el pelo por fin a la altura que siempre quisiste de una vez por todas. Como ese impulso que te hace comprar el tiquete para hacer ese viaje sola. Como ese impulso de sentarte a rayar, a dibujar en borrador los caminos soñados que siempre rondaron tu mente.
Ese impulso de soñar en grande, queriendo lo que algún día temiste de solo pensarlo. Ese impulso por lo extraordinario de lo impredecible, de darlo todo por lo desconocido.
Se te agita el alma. Deja de atarla. Ella conoce el camino.