Un apelativo que incomoda; una causa por la trabajadora sexual de las calles de Medellín, su dignificación y la recuperación de derechos vulnerados; una lucha por vencer prejuicios y estereotipos.
El diálogo duró unos ocho minutos, y en cuatro ocasiones hizo alusión a su hija -de pocos meses-, al cuidado del Instituto de Bienestar Familiar, y que solo puede ver cada dos semanas. Dice llamarse Francy Parra, es venezolana, y se gana el día a día en las calles céntricas de la ciudad.
La sentimos frágil, dolida por saber a su bebé en otras manos. Pero optimista. Asiste semanalmente -con otras ocho o diez compañeras- a un taller de bordado que imparte la corporación Putamente Poderosas, en las instalaciones de Comfama. Es su ventana al mundo, al relacionamiento social, un escape del estrés del trabajo en la calle. “Me abro porque soy muy cerrada con la gente”, asegura Francy. Casi todas son compatriotas y ahora dibujan el recorrido que las trajo a esta ciudad, desde el “lugar de sus afectos”. Daniela, tallerista voluntaria, las anima a reflexionar acerca de territorios y transiciones -el tema del día-, para llevar al bordado sus mapas del recorrido, sus historias y sufrimientos como migrantes a la deriva. Productos que aspiran a comercializar más adelante.
Isabel Guerra, la comunicadora de la corporación, describe a Francy como de fácil sonrisa y cara amable. “Resilientes”, es el término con que caracteriza en general a las mujeres de ese país que sobreviven como trabajadoras sexuales. “Es como si dijeran estoy mal con esta parte de mi cuerpo, pero me amo”, a diferencia de sus homólogas colombianas que parecen cargar con una culpa incesante.
“Hay que nombrar las cosas para que puedan ser”; que la palabra puta sirve para visibilizar, denunciar, resignificar.
Las trabajadoras sexuales de la calle, que habitan el sector del Museo Botero en Medellín, son la razón de ser de la corporación Putamente Poderosas que dirige la diseñadora de vestuario y activista Melissa Toro Nieto, con un equipo de siete profesionales de base y unas treinta voluntarias y talleristas.
Desde niña, Melissa se sintió “tocada por las causas sociales”, con la Pastoral Social como referente. Con la experiencia teatral llegó el contacto inicial y luego el encarrete con la problemática de las trabajadoras sexuales. Entonces “Me descubrí dinamizadora e inquieta, llena de preguntas más allá del vestuario”. En 2018 empezó a trabajar por ellas. “A los dos años de acompañamiento dijimos esto es poderoso, el arte mueve y conmueve, y lleva a la reflexión. Pero buscábamos algo más político y social; entonces nació Putamente Poderosas.
“Muy, mucho, bastante”
Explica que el nombre de la corporación busca incomodar. Que el significado es “Muy, mucho, bastante, y algo expansivo”. Tarea tenaz posicionar esta incomodidad: hasta con los porteros que avisan de su presencia “llegaron las poderosas” hay que hacer pedagogía, explicarles “frescos, nos pueden anunciar con el nombre completo”. En el registro en la Superintendencia de Industria y Comercio también encontraron obstáculos, porque la denominación “atenta contra el buen nombre de la Constitución”, dijo la entidad en comunicación escrita. Ocho meses tardaron los trámites, de la mano de abogados, hasta la aceptación final. ¡Es el primer registro con palabra -palabrota- potente!, explica satisfecha Melissa.
Para esta activista el término dominante en el nombre es “una palabra cargada de mucho poder. Putas, no solo porque son señaladas y puestas a nivel bajo, sino porque han sido poderosas, como que pararse en una esquina es un acto político, para poder llevar comida a tu casa y poder sacar a tus hijos adelante. Eso hace parte de los actos de resistencia que tiene el ser humano”, sostiene.
La prueba de fuego para la corporación ocurrió al comienzo de la pandemia, cuando Melissa vivió la tragedia convertida en grito de centenares de mujeres que se filaban frente a una reja, desde la cual ella entregaba mercados básicos y unos sobres, cada uno con diez mil pesos. Las mujeres vociferaban angustiadas: “No nos va a matar el COVID, nos va a matar el hambre” … Y el coro del desespero: “¡Tengo hambre!, ¡Tengo hambre”!
La corporación se dio a la tarea de explicarle a esa ciudad asustada y escondida, que estas mujeres trabajan con su cuerpo, que su espacio es el espacio público, mientras las autoridades sanitarias imponían un distanciamiento social. Cómo exigirles “Quédate en casa” … cómo iban a vivir y cómo a trabajar. Lo que obtuvo, dice, fue una movilización de almas y de personas que aglutinaron más poder que la misma administración municipal. Esta estuvo manos atadas durante unos dos meses por temas burocráticos que impedían mover cualquier recurso. Y el hambre ahí… La cifra llegó a 780 mujeres favorecidas en esa ocasión con la gestión de Putamente Poderosas. Al comienzo fueron 350, pero el número crecía con cada día de encierro. Melissa dice que el esfuerzo mayor consistía en hacer que las personas reflexionaran, desde el privilegio de sus casas y pidiendo alimentos a domicilio, en cómo la estaban pasando las trabajadoras sexuales y los vendedores ambulantes. “Eso fue lo más poderoso, hacer que las familias tocaran el tema: vea, ellas la están pasando mal, ¡hagamos algo!”.
Añade que se trató de un trabajo intuitivo, pues carecían de experiencia en campañas, y nunca habían trabajado con la cantidad de personas que se sintieron comprometidas ante el llamado: “Eso fue una motivación para seguir, para entender que los derechos de estas mujeres están vulnerados. No se trata de asistencialismo, es que resulta fundamental tener qué comer, dónde dormir, y esa era nuestra responsabilidad en esos momentos de encierro obligado”.
Poderes Clan-destinos
También pusieron en marcha el programa Poderes Clan-destinos, para trabajar con niños, niñas y adolescentes de cinco hasta diez y siete años, hijos de mujeres trabajadoras sexuales, o de mujeres que habitan en inquilinatos. Beneficia a más de cuarenta, que llegan al claustro Comfama todos los sábados para participar en talleres. Les ofrecen transporte, almuerzo y un refrigerio, pero, ante todo, la posibilidad de conectarse con mundos diferentes y de entender que tienen derecho a soñar. El milagro lo hace el arte como elemento transformador. Además, reciben un mercado básico al mes, como aporte a su seguridad alimentaria, añade la comunicadora Isabel.
El campo de acción de este movimiento se extiende a las personas trans y de género diverso. Melissa cuenta que en 2021 se tomaron la calle Barbacoas, habitada por mujeres trans, “entonces hicimos una asamblea popular y una olla del putas, donde interactuamos con ellas, compartimos, hablamos de la vulneración de sus derechos”. Precisa que no se ocupan -todavía- de la población de hombres bisexuales ni gais. Sobre el elevado número de crímenes que este año se ha presentado en la ciudad contra esta comunidad, lo explica como una muestra de la intolerancia en que vivimos. “A Medellín no le gusta lo diferente, no va con la diferencia; estamos acostumbrados a esas acciones para mostrar una ciudad limpia: hay intolerancia en este campo”.
Por igual enfrentan el problema de muchas mujeres venezolanas que llegan a la ciudad en busca de horizontes, pero las frustraciones y el hambre las arrinconan en calles céntricas e inquilinatos. Melissa indica que ha visto una población creciente que por falta de oportunidades y permisos laborales termina en trabajo sexual: siempre caras nuevas, es un flujo constante”, asegura.
convoca a empresas y restaurantes a prestar apoyo a los niños del programa Poderes clan-destinos.
De manera que activaron también una línea de asistencia legal, indica la comunicadora Isabel Guerra, que se basa en acercamientos con Migración Colombia, para gestionar el pre-registro que les permite acceder a permisos de permanencia. En reciente encuentro constataron que Migración estaba acelerando el proceso de pruebas biométricas. En la última actividad se beneficiaron ciento veinte mujeres de este acompañamiento. Francy Parra aún carece de un permiso de residencia, fundamental para trabajar legalmente. Pero no importa, su sueño -a dos años- es “tener un trabajo bueno, con mi hija, y una buena vida”. Advierte que no quiere volver a Venezuela: “Me veo aquí trabajando y con mi localcito y así”.
Como un puente
Putamente Poderosas es una organización social, sin ánimo de lucro y formalmente constituida para defender los derechos humanos de las trabajadoras sexuales y de sus hijos. Es un puente entre esta comunidad, el Estado y la sociedad, para lograr una transformación social y política.