Nunca entendió ni asumió la dignidad del cargo. Ni siquiera ese último sábado de su mandato: la renuncia a la alcaldía de Medellín llegó a la Presidencia en una carta sin membrete, en un papel cualquiera, escrito a mano, con líneas torcidas, unos minutos antes de la medianoche. La forma es un asunto de fondo: así de fácil se despojó de esa gran responsabilidad que le habían entregado, hace 4 años, 302.608 medellinenses. Ciudadanos que confiaron en sus espurias promesas y ahora se sienten defraudados.
En un hecho sin precedentes desde que en Colombia se instauró la elección popular de alcaldes, en 1988, Daniel Quintero “dejó tirada a la ciudad”, como tituló el periódico El Colombiano, sumándose a las voces de rechazo y desconcierto que se oyeron en todo el país. Para el director de El Espectador, Fidel Cano, “la renuncia a un mandato siempre es una traición”. Para Ramiro Bejarano, “un asalto a la decencia”. En palabras de la rectora de EAFIT, Claudia Restrepo, se trata de “alguien indigno de su tarea”. Y, según el Representante a la Cámara Daniel Carvalho, quedó como “…el gobernante que se creyó inmenso y terminó siendo diminuto por poner la ambición por encima del deber”.
Es el capitán que abandona el barco cuando la nave -Medellín- está haciendo agua. Según la última Encuesta de Percepción Ciudadana presentada por Medellín Cómo Vamos, solo el 23 % de los ciudadanos consultados está satisfecho con la inversión de los recursos públicos, mientras en 2019 estaba en 69 %. Solo el 31 % tiene una imagen favorable del alcalde saliente, lo que representa la cifra más baja en los 17 años en los que se ha hecho la medición.
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Pero, aunque es cierto que la nave está en riesgo, sigue a flote gracias a sus marineros. Esos que han estado remando en contra de la corriente, y sacando el agua que entra por las rendijas. Son los mandos medios, los empleados, funcionarios de carrera administrativa y los contratistas que entienden -ellos sí- la dignidad de ser servidores públicos. Los hay, y son miles. Y muchos de ellos han aguantado insultos, desprecio y traslados injustificados, por no doblegarse, por preocuparse, por ejercer cumplida y honradamente sus labores.
Son los mandos medios, los empleados, funcionarios de carrera administrativa y los contratistas que entienden -ellos sí- la dignidad de ser servidores públicos.
El engranaje del distrito y sus entidades públicas se mantiene gracias a estas personas: hombres y mujeres que madrugan a atender a los ciudadanos, a resolver sus inquietudes, a gestionar sus requerimientos. Señoras y señores que se encargan de que funcionen bien las oficinas de los doce pisos de la Alpujarra. Escobitas que madrugan a limpiar nuestras calles. Docentes que ejercen con entusiasmo su tarea diaria en las aulas. Obreros que reparan daños en la infraestructura de servicios públicos. Jardineros que mantienen florecidos y cuidados los andenes. Médicos y enfermeras que atenden con amor y profesionalismo a sus pacientes…
Los ciudadanos de Medellín aún pagamos cumplidamente nuestros impuestos, porque creemos en nuestra ciudad y en su potencial; en estos servidores públicos que, en años nefastos, han demostrado que la alcaldía es mucho más que el alcalde y su séquito. Aplauso de pie para estos titanes: cesará la horrible noche.