No se angustien. Ser 100% coherentes es virtualmente imposible. No siempre contamos con la información que necesitaríamos para tomar la mejor decisión, para nosotros y para el planeta. Cuando está disponible, a veces tenemos que priorizar una cosa sobre la otra.
Muchas veces, simplemente, nuestra naturaleza humana nos hace rendirnos ante nuestras tentaciones. Lo que no podemos, en mi opinión, es ser indiferentes e irresponsables.
Hay impactos inevitables, pero muchos otros se pueden evitar. En esos debemos enfocarnos. Hay mucha información disponible acerca de los productos y servicios que consumimos. Por lo general es mejor comprar algo producido cerca, la electricidad que los combustibles fósiles, el transporte público que los vehículos privados, los utensilios reusables que los desechables. Desde el momento en el que compramos algo podemos pensar en qué pasará con los desechos para elegir una mejor opción (cuando esté disponible). Es importante enterarse de las prácticas de las empresas y las industrias: cuáles usan trabajo infantil, abusan de sus empleados, destruyen el ambiente o hacen cosas ilegales; cuáles piensan en el planeta, en sus empleados y en la comunidad que las rodea.
Consumir de manera responsable e informada toma tiempo la primera vez. De ahí en adelante, ya se sabrá qué productos comprar y cuáles rechazar. Cada consumidor tiene poder. Cada decisión cuenta. Un aguacero está compuesto por pequeñas gotas.