Netflix sabe qué películas verás en los próximos meses. Conocen en detalle tus algoritmos. También Google, Facebook y todas esas plataformas. Esto nos hace sumamente vulnerables.
No percibimos las instituciones, pero están presentes en cada momento de nuestra vida. Tienen que ver con el aire que respiramos, con el ruido o con el silencio, con la calidad de lo que comemos, con todo. Paradójicamente, solo somos conscientes de su existencia cuando no están, o cuando fallan. Pero son determinantes de la vida que llevamos. Hasta el punto que sin ellas la vida humana sería solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve, según la famosa frase de Hobbes refiriéndose a lo que desde entonces se llama el estado de naturaleza. Aunque muchas veces nos pasen desapercibidas, las instituciones son el logro más grande del ser humano: ellas son, al mismo tiempo, causa y efecto de la civilización.
Tampoco percibimos los algoritmos que actuamos. Todo acto o movimiento nuestro es el final de una secuencia de pasos ordenados hacia un fin, es decir, un algoritmo. Pero no percibimos su fluir. Cuando alguien me grita, por ejemplo, puede darse una secuencia de pasos que desemboque en un grito mayor de mi parte y en una palmada sobre la mesa. Pero podría modificar ese algoritmo y decirle al gritón(a) que se calme y que mire el asunto con tranquilidad. Los algoritmos establecidos por nuestra interacción con el medio pueden ser modificados.
Netflix sabe, cada vez con mayor certeza, qué películas verás en los próximos meses. Algo de lo que uno no tiene ni idea. Y este es el quid del asunto: conocen en detalle tus algoritmos. Pero no solo Netflix: también Google, Facebook, Apple, Instagram, Twitter, Linkedin, Amazon, Whatsapp, en fin, todas esas plataformas que alimentan al Big Data con los datos de nuestra vida. Y esto nos hace sumamente vulnerables. Pueden ser aprovechados para inducir nuevos algoritmos o manipular los existentes y alinearlos con intereses que no serían los nuestros. El ser humano quedaría actuando en modo zombi.
En Amazon hoy en día se puede comprar un exámen de ADN que revela no solo tus características biológicas (propensión a ciertas enfermedades, por ejemplo), sino también tus tendencias conductuales innatas: tu predisposición a estar bien de ánimo, a la amistad, a decir mentiras, a tomar riesgos, a la agresividad, al alcohol, en fin, a todo lo imaginable. Basta con enviar una muestra de saliva a la dirección indicada en los Estados Unidos. ¡El conócete a ti mismo socrático puede ser comprado!
Una pregunta: ¿podría un empleador pedirte en el proceso de selección, una muestra de saliva? ¿O la muchacha a su pretendiente, o viceversa?
Las instituciones no fueron diseñadas para el futuro que nos está llegando y uno siente que están siendo sobrepasadas por la velocidad vertiginosa de los cambios. ¿Estaremos en capacidad de encauzar esas fuerzas y de defender nuestra individualidad y nuestra libertad?
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Me pregunto: ¿será que estoy paranoico? Lo voy a consultar, pero no con el psiquiatra, sino con quien de verdad me conoce: el Big Data.