En pleno Concierto no.2 para piano de Rachmaninov, unas palomas que el Circo de Pekín no logra capturar después de su función, vuelan sobre el piano y el solista. Un bombillo prendido cae sobre un timbal. Un arco se parte. Las cuerdas se rompen. “En funciones de ópera sí que pasan cosas”, dice Gonzalo Ospina entre risas, recordando tantos conciertos en los que ha participado.
La simpatía y alegría de este violinista es contagiosa, sin embargo, camina a un paso acelerado, tiene una agenda apretada, prepara conciertos y estudia los solos, es docente de violín en Eafit y la mano derecha del director de la Orquesta Filarmónica de Medellín.
Desde hace nueve años es nuevamente el concertino, enlace entre los músicos y las directivas de la orquesta, y el encargado de asumir las funciones del director cuando este no está. En los conciertos, después de que los músicos toman sus puestos, entra en escena y espera al director. Es el primer violín.
Vocación temprana
Cuando Gonzalo habla de Mónica, la italiana con la que ha estado casado desde hace 13 años y con quien anda por la vida desde hace más de 23, se exalta. “Ella es muy dulce, y me acompaña en todo, me encanta pasar tiempo con ella, la adoro”.
A Mónica le encanta que él cuente la historia del cojín y él la complace: “Cuando tenía diez u once años me ponía un cojín en el hombro y con las manos simulaba tocar Las Cuatro Estaciones, de Vivaldi”. Por fortuna Gonzalo no tuvo que imaginar el instrumento mucho tiempo. Su padre, editor y gran melómano, llenó su infancia de discos y libros, lo llevó a conciertos que despertaron el amor por la orquesta, y quiso que su hijo tocara el violonchelo. El tío de Gonzalo, tal vez con mejor ojo, le regaló un violín.
Desde entonces su infancia cambió. Dejó de hacer deporte para que su profesor, el italiano Raúl Emiliani, no lo regañara por dañarse los dedos. Empezó a viajar a Bogotá todos los fines de semana para estudiar con Luis Biava, quien le aseguró al papá de Gonzalo que el joven tenía talento y que sería violinista.
Violín consolidado
A los 17 años, en 1983, entró a la Sinfónica de Antioquia como último segundo violín, sin recibir un peso. Ese mismo año el maestro Alberto Correa lo invitó a fundar la Orquesta Filarmónica de Medellín. Allí fue primer violín y luego jefe de segundos violines. También estudió en la Escuela Superior de Música de Medellín, en la Universidad de Antioquia y en la Universidad Corpas, en Bogotá. Fue concertino de la Orquesta de la Ópera de Colombia y de la Orquesta Sinfónica de Antioquia, y fue parte de la Orquesta Mundial de las Juventudes en Berlín, a finales de los 80, donde vivió la reunificación de Alemania y tocó en la misma sala donde tocaba el recién fallecido Herbert von Karajan.
Oportunidades de quedarse en Europa tuvo suficientes, pero Gonzalo prefiere otro tipo de vida. Dice que le gustan las cosas sencillas como leer, patrullar (salir en el carro sin saber para donde va), viajar y, sobre todo, tocar en su ciudad. “Me gusta que Medellín tenga una orquesta grande y buena, y quiero trabajar en eso todos los días”.