La palabra compasión, en su origen, se formó de dos expresiones: la preposición ‘con’ y el sustantivo ‘pasión’.
Cuando ellas se unieron, asumieron la letra ‘m’ antes de la palabra pasión por prescripciones de la gramática española. Surgió el fonema ‘compasión’. Su sentido es claro: tener compasión por alguien o por algo. Condolerse (dolerse-con) por él o por ello.
El tiempo y, sobre todo el uso, le han asociado a esta expresión un carácter lastimero y de conmiseración que pareciera eximirla de un sentido activo y efectivo respecto a la realidad sobre la cual coloca su atención. Se la reduce, en ocasiones, a la simple actitud de poseer un sentimiento acorde con una circunstancia difícil de enfrentar, pero observándola más con criterio afectivo que efectivo.
El gran valor de la compasión radica en entenderla como un paso previo; no como punto final.
Paso previo, ¿hacia dónde?
La palabra pasión, ¿qué significa? Una rápida ojeada al cotidiano de la vida la identifica con estas vivencias: fragor, dinamismo, fuerza, ímpetu, vitalidad.
Todos estos talantes humanos colocan a la persona hacia aquello que tiene frente a sus ojos; le motivan y le orientan sus gestos, sus actitudes y sus acciones. Gracias a los mismos intenta alcanzar sus metas. Está en juego la energía personal.
El sendero de la ´con-pasión´
Hecha esta precisión de términos es lícito escudriñar los horizontes, de la ´con-pasión´ de cara a una situación de apremio – ‘pasión’-, vivida por alguien. ¿Cómo aplicar allí los contenidos descritos en los párrafos precedentes?
Dicha situación genera una primera actitud: la solidaridad que procede de la compasión. La persona, gracias a su capacidad de ser ‘compasiva’, se siente afectada por el dolor que golpea a la otra persona o a la sociedad. Es peculiar del ser humano ser impactado por lo que le circunda. Él no es pétreo frente a ello ¡Digna cualidad!
Paso subsiguiente: a aquella instancia difícil y aguda, se la quiere acompañar con una postura proveniente del ardor propio de la pasión.
La pasión tiene ahora como polo el constituirse en respuesta ‘eficaz’ hacia la transformación del mal que se ha detectado, el dolor fraterno. Ahora, la persona, gracias a su capacidad ´enérgica’, se empeña en una función práctica: disipar el sufrimiento. El ímpetu de su pasión así se lo prescribe.
Actuar entonces con-pasión equivale en este nuevo estadio del comportamiento a la gestión de dignificar nada menos que la vida humana.
Dicho impulso, dinámico y efectivo, que dista de ser lo contrario a lo estático y a lo pre-determinado por la inacción, detecta los caminos para afrontar el trágico escenario en aras de su mutación venciendo, para el caso, tanto los obstáculos personales de quien está abrumado como las coyunturas institucionales que han generado el agobio.
La no-pasión y la pasión
La no-pasión frente a la situación de angustia instaura unos márgenes de indiferencia y de impasibilidad -no sentir pasión – con el rostro adolorido. Dichos signos llegan a constituirse en una cierta complicidad con tales realidades. ¡Inaudito!
Una despectiva voz parecería escucharse como síntesis de lo previo: ‘defiéndase como pueda: no experimento pasión por su momento’.
A modo de conclusión
¿Qué le simboliza a la vida de la persona su interés –su pasión- por ser solícita ante las aflicciones humanas? El halago de percibir que en ella, cuando se suscitan los permanentes afanes -diarios, crecientes y efectivos-, se dinamiza también, con-pasión, el sentido solidario de su propia existencia para vivirlo, igualmente, con-pasión. Sentido solidario acatado como un permanente despertar de las fuerzas necesarias que sometidas a una dinámica transformadora, re-direccionan lo negativo hacia lo positivo.
Compasión invita. Con-pasión transforma.