No se podría decir que el salón estaba medio vacío, quizá estaba medio lleno. En el estrado frente al auditorio un sillón doble, rojo. Un cajón hace las veces de mesa, una botella de agua, solo una y dos micrófonos. Imaginemos así el lugar donde sucederá el encuentro de Vivir en El Poblado con Laura Restrepo programado para las ocho de la noche el día de inauguración de la Fiesta del Libro y la Cultura. Llegamos a tiempo, quizá un poco después de la hora por razón del itinerario apretado. Nos presentan, ella no me conoce, yo sí, he leído algunos de sus libros, pero, sobre todo, he visto fotos suyas y he seguido sus pasos en las frecuentes entrevistas que le hacen. En el mismo momento en que voy a hablarle, no sé, quizá a decirle que me alegra mucho el encuentro, un admirador se cruza entre nosotros y me interrumpe, no escucho lo que le dice, espero a su lado; el hombre quiere el recuerdo del encuentro y pide a la mujer que lo acompaña que tome una o varias fotografías con el celular. Hoy en día todo el mundo es fotógrafo. Por fin, después de otros encuentros y más fotos entramos en el auditorio. El hombre joven vestido con camiseta roja, funcionario de la Fiesta del Libro, me explica la metodología: yo lo presento a usted, le entrego el micrófono y usted presenta a la invitada. Antes, claro, debo decirle quién soy y qué hago, no me conoce, no hay razón para que me conozca. No me parece ni bien ni mal, no tengo elementos para esperar otra situación y acepto. Pasan los anuncios institucionales, el joven de la camiseta roja hace su parte y me entrega el micrófono. Algunas veces me he encontrado en la situación de hablar en público, de representar un papel, he logrado hacerlo, sin embargo esta noche, son las ocho y treinta, me siento frente a un mar inmenso donde me voy a lanzar a brazada limpia con la intención de llegar hasta el horizonte y regresar.
Laura conoce bien la historia del tríptico desde el momento en que Felipe II lo compró. Lo visita con frecuencia en su residencia actual en el Museo del Prado. Quizá, me aventuro, por esta relación cercana algunos personajes, no salidos directamente de la pintura, pero reunidos en la escritura darían cuerpo e historia a situaciones tan desbordantes como las que aparecen en el tríptico. Hablamos del rigor investigativo o de vivencia personal que hay en cada personaje. Hablamos de la ficción, del momento de quiebre en que aparece y se convierte en literatura. Hablamos de la fragmentación representada en la separación de los cuerpos en el tríptico en paralelo con la soledad del momento actual. Poco a poco nos encontramos inmersos en las dos obras, la escrita de Laura Restrepo y la pictórica de Hyeronimus Bosch y para mí es cada vez más cercana la relación. Recordé entonces las palabras de Nélida Piñón frente a la misma pintura: hay que inventar palabras; o de Michel Onfray: pensar lo impensable; o de Cees Nooteboom: ahí está todo; o de Reindert Falkenburg quien dice que el tríptico fue concebido como un elemento de conversación. Eso fue lo que hicimos.
No mencioné lo dicho por los escritores, pero a medida que avanzaba el encuentro la sensación de que Laura Restrepo hacía lo que ellos dicen y más en su obra, fue como una anunciación. Con su mirada sonriente y su manera de hablar, de narrar su trabajo, su vida, sus personajes, Laura Restrepo nos tuvo seducidos cerca de hora y media. Qué experiencia.
La travesía por el Jardín de las delicias de Laura Restrepo se puede ver en el Facebook de Vivir en El Poblado: https://www.facebook.com/vivirenelpoblado/. Allí en la columna de la derecha está el video.