La inteligencia artificial, este nuevo jugador que se ha posicionado en la dinámica global, ha generado debates significativos sobre cómo repensar las prácticas educativas. La IA no solo es un nuevo aliado para los educadores, sino que también plantea importantes retos éticos desde todas las esferas: sociales, científicas, políticas, educativas y económicas.
La educación, como muchas otras áreas, se encuentra en medio de una revolución digital impulsada por la IA. Esta tecnología está transformando la forma en que se enseña y se aprende; sin embargo, este avance trae consigo una serie de interrogantes sobre cómo integrarla de manera ética en las prácticas pedagógicas. Y es desde este escenario que se deben abrir espacios para la reflexión crítica, porque la IA no puede ser adoptada sin un examen riguroso de sus implicaciones. Así, más que una herramienta, esta se convierte en un elemento que obliga a repensar las bases mismas de la enseñanza.
¿Qué significa enseñar en un mundo donde las máquinas pueden replicar, y en algunos casos superar, ciertas capacidades humanas?
Los alcances que se pueden tener con esta tecnología van desde la personalización del aprendizaje, donde se utilizan algoritmos para ajustar el ritmo y la dificultad de las tareas en función del progreso del estudiante, pasando por el desarrollo de tutorías virtuales, donde sistemas permiten a los estudiantes hacer preguntas y obtener respuestas inmediatas, con explicaciones detalladas sobre una infinidad de temas de consulta; y se cierra el panorama con el proceso de creación de contenido académico, donde pareciera que al maestro se le desdibuja su función primaria.
Desde esta perspectiva, ¿dónde queda el papel del docente en el entorno educativo?
Es innegable que la enseñanza no es una simple “transmisión de conocimientos”, por el contrario, con este jugador en el campo como lo es la tecnología, se potencializa la capacidad de que cada estudiante sea el protagonista de su proceso de aprendizaje, acompañado por un maestro que facilita el acercamiento al conocimiento, teniendo la prioridad, además, de generar relaciones interpersonales sanas y respetuosas que propendan por el desarrollo de habilidades emocionales y sociales en los entornos escolares. La empatía, la comprensión, la escucha activa y la capacidad de inspirar a los estudiantes son aspectos clave de la enseñanza que la IA no puede replicar (Selwyn, 2019). Es aquí donde el profesor encuentra en esta educación siglo XXI su razón, su centro, su quehacer metodológico, donde utiliza la IA como otra herramienta más, en lugar de su sustituto.
Ahora bien, lo ético también entra como aspecto fundamental que asegura que la IA se use de manera responsable en la educación, es por esto por lo que es esencial establecer lineamientos claros. Algunas organizaciones internacionales, como la UNESCO, ya han comenzado a desarrollar marcos éticos para su uso; este organismo ha propuesto un enfoque centrado en los derechos humanos. Según este lineamiento, la IA debe diseñarse e implementarse de manera que respete la dignidad humana, promueva la equidad y no exacerbe las desigualdades existentes (UNESCO, 2019).
Así las cosas, los entes gubernamentales y las instituciones educativas también tienen la responsabilidad de desarrollar políticas que regulen el uso de la IA; normas claras que permitan que estudiantes y docentes tengan un relacionamiento adecuado con las nuevas tecnologías y obtengan su mayor provecho; niñas, niños y adolescentes construyendo aprendizajes significativos y contextualizados con la realidad actual y docentes trabajando en un desarrollo profesional continuo, donde integran la tecnología eficazmente en su enseñanza.La clave para que la ecuación Inteligencia Artificial – Educación sea exitosa, radica en equilibrar el uso de la tecnología, fortalecer la relación maestro – estudiante en lo concerniente al desarrollo y fortalecimiento de habilidades socio – emocionales y cerrar las brechas de acceso a estas herramientas para que haya equidad. Si esto se logra, la IA puede convertirse en un poderoso aliado para mejorar la educación y preparar a los estudiantes para enfrentar los desafíos del siglo XXI, seres humanos llamados a construir sociedad, crear oportunidades de crecimiento y bienestar para todos, pero por sobre todo, ser felices.