Por: Nicolás Cuadrado y Juan Páez, estudiantes de Ingeniería Biotecnológica en la Universidad EIA
Frente al mundo, Colombia se presenta como una nación llena de color, tanto por su diversidad demográfica y cultural como por su biodiversidad. En sus cordilleras, valles, sabanas y ríos se lee la historia de un país que, pese a tenerlo todo, no sale del letargo al que nos llevó un caudal de eventos que ha difuminado el enfoque y los ideales sobre los que se fundó la nación.
Ante tiempos de respuestas convencionales a los paradigmas económicos que aquejan a la sociedad en estas últimas décadas, Colombia ha tenido que acogerse y trazar un curso de acción para afrontarlos. Aunque, no siempre se han tomado las mejores decisiones, no podemos perder la esperanza de girar el rumbo que ha tomado nuestra economía. Entonces, ¿qué mejor que empezar con el 2024 como nuestro piloto para su reactivación?
Podríamos decir que en nuestro país tenemos tres pilares fundamentales que nos permitirían triunfar con una economía fuerte e incluyente. Estos pilares son: la inclusión social, la innovación y la biodiversidad. Es cierto que se han realizado avances en todos estos ámbitos y hemos llegado a disminuir esa carga histórica que arrastramos en nuestra economía desde hace años; aun así, la realidad colombiana aún presenta matices grises que ensombrecen el progreso equitativo de la nación.
Durante años se ha intentado construir una sociedad igualitaria sobre estos pilares; sin embargo, podríamos decir que el problema no radica en el material del que están hechos los pilares, sino del terreno en el que se asentaron. La epopeya que narra el viaje de este país nos cuenta como las zonas más ricas en recursos y en capital humano, son también las más abandonadas. Regiones como el Pacífico, Caribe y la Amazonía narran como a pesar de tenerlo todo, hace falta más que intención para generar el cambio.
Teniendo en cuenta lo anterior, debemos hacer un reconocimiento del terreno sobre el cual trabajamos. Para lograr un desarrollo económico equitativo en todo territorio y una inclusión social se debe reformar la manera en la que se imparte la educación pública, de modo que el objetivo principal de las instituciones no sea lograr un buen puntaje en las pruebas de estado, sino brindar una mayor formación creativa que permita a los futuros profesionales, desarrollar un pensamiento crítico y diversificado para innovar y generar ideas usando los recursos disponibles en cada región y alcanzar una descentralización del desarrollo para atender las necesidades específicas de estas.
No podemos esperar reparar 500 años de decisiones en poco tiempo, pero sí podemos esperar que sean nuestros jóvenes quienes, si se les da una formación correcta y se les dé voz para discutir y comunicar las problemáticas específicas del país, sellen las grietas y brechas que retrasan la construcción de un futuro donde dejemos nuestros matices grises y demos paso a una economía que refleje los colores que nos caracterizan tanto, una paleta de colores de esperanza.