Círculos que se cierran

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  Por: Juan Sebastián Restrepo Mesa  
 
Todos los procesos humanos pueden verse como ciclos que tienen un inicio, un desenlace y un fin: desde la toma de un vaso de agua, pasando por el amor de Abelardo y Eloísa, hasta el parto de un libro de Fernando González.
Podríamos concebir metafóricamente que cada proceso es una figura circular que solo logra su plenitud una vez se cierra sobre sí misma. Desde esta perspectiva los cierres son tan importantes para la vida, como los comienzos.
Y hay tantos cierres y formas de cerrar como existen procesos y personas. Un cierre puede ser la limpieza de la sala después de la fiesta, un adiós definitivo de dos amantes entre lágrimas, el trapo que limpia el filo de la espada del samurai que mata a su enemigo o el punto final de una novela.
Desde la psicología tenemos un axioma importante que atañe directamente a la salud mental y al potencial humano de las personas: por un lado, tenemos una capacidad limitada para darle respuesta a los procesos que experimentamos, y por el otro, aquellos que están abiertos reclaman nuestra energía mientras no se cierran.
Lo anterior podríamos validarlo con los siguientes dichos populares: el primero dice: “el que mucho abarca poco aprieta”. Dicho que considero válido tanto para los ejecutivos que se jactan de su capacidad de hacer muchas cosas a la vez, como para los donjuanes que se vanaglorian con su extensa lista de mujeres. El segundo dice: “mató el tigre y se asustó con el cuero”. Habla de nuestro tema principal de esta columna: la importancia de los cierres.
Eso es lo que no entendió la selección colombiana de fútbol en su década dorada, eso fue lo que confundió a nuestro ex presidente Uribe aunque sabía meter goles, y lo que ignora toda la gente que se despide más que un circo. Los cierres son tan importantes para la vida como los comienzos.
Pero es común que ignoremos lo importante que es saber cultivar los cierres o terminaciones para una vida plena. Un primer asunto a considerar es el cuándo: es lo que martiriza al eyaculador precoz y al alcohólico. Hay un momento justo para todo cierre. Pensemos en las ventajas de un amante que sabe afrontar con criterio y destreza esa cuestión. Ni muy pronto, ni muy tarde, ¡justo en el momento! Lo mismo es válido para el chef que asa una deliciosa carne en el carbón.
Y no se trata solo de saber cuándo sino cómo hacerlo. Cerrar con elegancia es la otra cuestión. Pocos intuyen qué tan importante es la belleza de las acciones para el bienestar de la mente. Saber celebrar el gol después de meterlo; limpiar el sable con dignidad después de enterrarlo; cerrar un proyecto después de culminarlo; todas estas son situaciones tan importantes como los comienzos.
Es más, considero que la maestría de los cierres se constituye en un asunto particularmente válido en nuestra época de afanes, de falsa abundancia, de contactos efímeros y de superficialidad generalizada. Es una alternativa práctica para no perdernos en la miríada de imágenes, deseos y proyectos que nos mueven diariamente a buscar comienzos que no resuenan con la profundidad de nuestra alma y que seguramente no encontrarán su cierre. Tal vez si dignificamos más lo que empezamos, honrándolo con sus justos cierres, podamos entregarnos más plenamente a nuestros ciclos vitales. Solo de esta manera entenderemos que el problema de nuestra insatisfacción crónica nada tiene que ver con cuantas cosas empezamos, sino más bien con cómo las llevamos a su justo término.

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