Cinco pieles de Eulalia Piedrahita

Un recorrido por la vida de una creadora que ha mudado e integrado distintas pieles.

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Por: María Isabel Abad

Hilar delgado con las palabras le ha permitido a Eulalia Piedrahita diferenciar la elegancia de la sofisticación. “Yo entiendo que la elegancia es una especie de mandato común, un manual heredado, una especie de catecismo para ser y estar, o, como dice Terrier Mugler, un diseñador francés: ‘La elegancia es el principio de la sumisión’. En cambio, la sofisticación es un camino personal, más abierto, donde se permiten excentricidades, insensateces; es una búsqueda más amplia de resonancia con lo estético”.

Este matiz le ha servido a Eulalia para recorrer un camino original y para encarnar sus cinco pieles: la piel del cuerpo, el vestido, la casa, la cultura y la Tierra*, integrando, en el camino, la anterior con la siguiente.

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De niña, en su primera piel, encarnó el espíritu de los lobos. “Los lobos -dice-, son inteligentes, estratégicos y al mismo tiempo cariñosos y piadosos con los mayores”. Como la última de cinco hijos, definió en la soledad su amor por los animales y el oficio que siempre ejercería: soñar. “En la finca, cuando no había nadie, esculcaba, abría closets, me iba al monte y me transportaba, porque la infancia tiene esa capacidad de transformar y de imaginar”. También desarrolló una sensibilidad y un sentido estético hacia todos los textiles que la arropaban mientras crecía: desde los papeles de colgadura hasta los edredones y los manteles bordados.

*La idea de las cinco pieles es tomada del artista austríaco Hundertwasser.

Esto, sumado a los libros, la condujo, una vez se graduó del colegio, a viajar a Florencia, Italia. Iba buscando el Renacimiento y la libertad. El arte del buen vivir que había admirado en su abuela, lo vio expresado en todo un país. Estudió tejidos en telar y regresó con una libertad construida por dentro que encontró, más adelante, un lugar de acogida en la familia de Carlos Echeverría, su esposo durante muchos años.

A su regreso a Medellín, a principios de los 80, Olga, su hermana, también llegaba de estudiar arte en la Universidad de Louisiana. Eulalia le dijo: “Hagámonos diseñadoras”, y el verbo se hizo vestidos. Con los encajes, las telas de lentejuelas, el satín y todos los textiles que quedaban de la abuela, las hermanas Piedrahíta inventaron su primera colección. Así nació el Taller Barroco. Fue Alicia Mejía la madrina de esta iniciativa, quien las recibió en una parte de su almacén, y las invitó al primer desfile grande en el club hípico Montiel. “En ese momento hacíamos unos rectángulos, porque no sabíamos moldería; solamente eran unas superficies con textura”. 

Andrés Posada y Eulalia son una pareja de expedicionarios y creadores. Son anfitriones, en Colombia, de científicos del mundo que vienen a ver in situ nuevas especies de orquídeas silvestres.

De forma intuitiva, comenzaron las dos su vida como diseñadoras en medio del surgimiento de la moda en Medellín, que llevaba más allá la industria textil que había prosperado en los años 70 con Coltejer. De esta manera, Eulalia fue hilando, para sí misma y para los otros, el vestido: su segunda piel.

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Y entre tela y tela fueron llegando los hijos -Tomás, María Antonia y Nicolás-, y entonces se volvió artífice de la tercera de sus pieles: la casa. Se permitió excentricidades como tener paredes rojas, o toda la casa rosada, y alguna vez pintó un sofá para que todo quedara del mismo color. “Yo pienso que una casa es un laboratorio creativo, un laboratorio de vida”.

Su hermana tomó otro rumbo y el Taller Barroco siguió por muchos años más a su cargo, pero la cansó atender cotidianamente el gusto de las clientas, a contracorriente del suyo. Cerró el taller, y en su casa siguió haciendo vestidos para las novias, hasta que sintió una desmesura en las mujeres frente al día del matrimonio. El suyo, con su primer esposo, se terminó.  

A esta altura ya tenía un nombre en la moda y fue invitada a La Colegiatura como profesora de diseño de vestuario. Como pionera, encarnó el espíritu de las elefantes hembras. “Ellas -dice-, son capaces de llevar a toda la manada a un sitio, recuerdan el camino y están llamadas por una humedad térmica y ambiental”. 

Eulalia entre libros, animales, telas, vestidos y plantas.

Con este espíritu, impactó un colectivo de nuevos diseñadores; y entre el estudio y la docencia fue desplegando, de manera más decidida, su cuarta piel: la piel de la cultura. Fue editora por muchos años de la revista de El Tesoro y, con Andrés Posada, quien, a la larga, sería su segundo esposo, publicó Polen, una revista curada y cuidada. Y aunque solo salió un número, Polen se convirtió para esta pareja en un destino. Desde hace más de diez años Eulalia y Andrés caminan por los montes para identificar nuevas especies de orquídeas silvestres. Él, fotógrafo aficionado, y ella, que ha afinado la mirada para encontrar la belleza que tiene la naturaleza a su alrededor, han caminado por santuarios. en bosques de todo el país, cubriéndose con el paso detenido de expedicionarios, de la quinta y última piel: la Tierra.

Hoy vive en La Ceja y exhibe con orgullo el paso del tiempo; es abuela de Macarena y en este momento encarna el espíritu de la ballena. “La ballena es misteriosa, viajera, uno siente que son como animales con un corazón y una presencia”.

Eulalia, que significa “la bien hablada”, con sus tres espíritus,- de loba, elefanta y ballena- ha hilado delgadito palabras y tejidos para crear con sofisticación -que es libre, al contrario de la elegancia- cada una de sus cinco pieles.

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