Por: José Gabriel Baena
Al final de una página secundaria de un diario de la ciudad, como nota de mínima importancia, se anunciaba hace poco que a partir del 21 de julio entraría con todo el rigor la medida gubernamental contra el acto de fumar en lugares públicos cerrados o abiertos de sano esparcimiento, ni siquiera en los restaurantes que tienen plataformas con techos plegadizos que cierran de noche, es más, ni siquiera en la bendita calle se podrá fumar porque es un lugar de entretenimiento para multitudes. Fuera de que ya estaba prohibida la publicidad del cigarrillo en cualquier clase de medio, la medida se extiende a no mencionar o mostrar el uso en canciones o películas –en el cine, DVDs, la radio, con lo cual el asunto llega ya a nivel de histeria fundamentalista. Prohibir que se fume en las canciones o en el cine nuevo o antiguo condenaría a estas artes a una temible orfandad y mutilación, se cuentan por decenas de miles las obras cantadas o en imágenes que muestran gente fumando, ni qué decir de los libros, y habría que nombrar una alta comisión inquisitorial que revisara toda la historia del arte y quemara en una gran hoguera –sin humo- a todos los medios portadores del pecado. Pero el Estado, hipócrita, seguirá cobrando a las tabacaleras sus impuestos multimillonarios. Todo en nombre de la Salud, pero cabe entonces preguntar por qué ese mismo Estado sigue fomentando la industria de los alcoholes departamentales, base de las rentas para la educación, siendo el alcohol tan perjudicial como el tabaco. Los esforzados vendedores ambulantes o de “puesto” en las calles no podrán vender cigarrillo al menudeo y sí sólo desde paquetes de diez, para evitar que los jóvenes estudiantes pobres compren. Imagínese usted a la policía revisando uno por uno esos puestos de confites de manera permanente para velar por el cumplimiento de la orden. No se menciona qué clase de sanción se impondrá a los infractores. Tampoco la vía de control de alquiler o venta de DVDs en los cuales se fume. Ni los CDs. Ni los libros. La proyección de la norma es inabarcable y linda con el delirio futurista de “Fahrenheit 451”, la novela de Ray Bradbury donde cualquier libro es subversivo y el cuerpo de bomberos se convierte en policía secreta que persigue a los lectores e incendia las bibliotecas. Entonces los “delincuentes” se aprenden los libros de memoria y los transmiten oralmente de padres a hijos…
El filósofo chino Lin Yutang, quien fuera fumador empedernido de larga existencia y delicioso autor de vastos ensayos, novelas y antologías de la escritura de su país en todos los tiempos, en su libro “La importancia de vivir” dedica largas páginas al placer de fumar y su valor artístico, asesta espléndidos latigazos a las Sociedades de Temperancia y Buen Comportamiento y cuenta de manera divertida cómo una vez intentó dejar el cigarrillo por un mal consejo, hasta que un mes después de no poder escribir nada bien y de estar perdiendo el arte de la conversación su conciencia lo lleva a tomar de nuevo el buen camino y recobra su verdadero Yo, vibrante y elevado. Al cabo de esos largos días visita a una elegante señora, muy sensual y fumadora de largos pitillos, y todo se consuma: “Sentí que había llegado el momento. Me ofreció la caja y saqué un cigarrillo lenta pero firmemente, sabiendo que con este acto me había recobrado de mi grave ataque de degradación del espíritu.” Y cuando vuelve a casa se compra un gran cartón de regalo: “Del lado derecho de mi escritorio había una marca regular, quemada en la madera por mi costumbre de poner cigarrillos encendidos en el mismo sitio. Había calculado que se necesitarían de siete a ocho años para quemar el espesor de la gruesa tabla y durante mi lamentable resolución se había estancado en escaso medio centímetro. Con gran deleite tuve el placer de poner otra vez el cigarrillo prendido en la vieja marca, y allí está trabajando felizmente ahora, tratando de reanudar su largo viaje adelante”. Finalmente pienso que si bien el cigarrillo en exceso es tan malo como todo en demasía, la prohibición cuasi-total del cigarrillo en Colombia sólo producirá un fabuloso incremento del contrabando y del soborno y el desbarajuste de centenares de emisoras de tangos y boleros que nunca más podrán volver a poner temas como “fumar es un placer, genial, sensual… Fumando espero…”, una más entre las miles de canciones que pregonan ese acto ahora criminal. Lo que no ha pensado el autor de la ley es que todos esos materiales de sonido-video-imágenes se encuentran en “la Nube” de Internet. ¿También pensarán declararla antisocial?
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Cigarrillo y anarquía filosofal
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