El 2 de diciembre de 1921 nació Héctor Abad Gómez, en Jericó, donde el cielo es más azul, como él decía. El 25 de agosto de 1987, sicarios acabaron con su vida cuando se dirigía al funeral de Luis Felipe Vélez, compañero en su infatigable lucha en la defensa por los Derechos Humanos.
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El día siguiente de su asesinato, Héctor Osuna, el genial caricaturista de El Espectador, publicó una con el rostro y el texto “Los ojos de este hombre que puso su vida, miran a la conciencia de la patria…, porque es ella la que agoniza”. Así expresaba bien que la lucha sin tregua del maestro fue siempre orientada a la conciencia ciudadana, política y ética de Colombia, interrogando, reclamando, exigiendo que el valor de la vida y la dignidad estuviera siempre entronizado en la nación y no pisoteado o aplastado por la guerra y la violencia asesina que se nos ha enseñoreado.
Dice Ítalo Mancini, en El regreso de los rostros, que nuestro mundo para vivirlo, amar, realizarnos, trascender, no nos viene dado por teorías del ser, eventos de la historia o la naturaleza: “…nos viene dado por la existencia de esos inauditos centros de alteridad y referencia que son los rostros, rostros para mirar, para respetar, para acariciar”. Ese rostro de Héctor Abad Gómez es el que está permanentemente al frente de nosotros, guiándonos, orientándonos, apoyándonos, pero también interrogándonos, criticándonos y siempre exigiéndonos más, en aquel bello sentido que se le da a la ética, “lo que puede ser mejor”.
La política, para Habermas, se concebía como doctrina que enseñaba a vivir según el bien y la justicia; ella continuaba la ética. No hay que hacer diferencia entre la Constitución plasmada en la norma y la ética que rigen la vida de la ciudad; no hay razón para separar de las costumbres y las leyes la moralidad de las acciones. Es esta politeia la que permitía a los mejores griegos vivir según el bien. Para Héctor Abad, la política era la medicina a gran escala y así postuló la poliatría, como la forma de sanar la política. Así fue siempre su acción política centrada en los Derechos Humanos, abogando por un pensamiento crítico como deber de los ciudadanos, universitarios y una ciudadanía activa y comprometida.
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Un maestro, como lo fue en el más alto grado Héctor Abad Gómez, es aquel que transmite más allá de su saber, su ser, su ethos, sus virtudes y valores. Él reunía y transmitía esas cualidades ciudadanas que son las que unifican la comunidad y facilitan la convivencia. Algunas de esas cualidades que en excelencia reunía son: la aceptación del pluralismo y la diversidad, el respeto; la capacidad y predisposición para ponerse en el lugar del otro, a sentir con el otro; el empleo del diálogo como enriquecimiento mutuo y solución de conflictos por la vía del consenso; el compromiso con el bien común de carácter global sin ningún egocentrismo. Así, el maestro, como ciudadano integral excelente, es un constante referente en la formación de ciudadanos.
Tener valor, esa primera virtud defendida por los griegos y que Héctor Abad recogía pidiendo “recuperar el valor del valor”, era la gran estirpe del gran luchador. Pero no solo tener valor, sino valores y entregarse a ellos desinteresadamente y sin medir consecuencias hasta encontrar la peor, la muerte. Así son los héroes morales, seres humanos autónomos que, cumpliendo ideales de la más alta moralidad, deciden vivir con irrenunciable fidelidad a ellos y al servicio de los demás. El héroe es un reformador y renovador social, moral, ético y político que aspira a transformar la realidad en aras de su ideal. Enfrentarse a un héroe moral amplía la percepción de las propias debilidades, las luchas internas y amplía los puntos de vista.
Poseemos también lo que perdemos. Es deber de nosotros recordar al maestro no solo volviéndolo a pasar por el corazón, sino por la razón de su compromiso con la vida, la sociedad, la academia. Y recordarlo con su vida enmarcada en esta frase de Victoria Camps: “La ‘mejor forma de vivir’ –en el sentido ético de la expresión- es aquella que se preocupa por los que viven peor”. En este tiempo que revive la memoria de Héctor Abad Gómez, ciudadano integral y luchador infatigable por los Derechos Humanos, es hora de preguntarnos, desde nosotros como ciudadanos, si estamos preservando y actuando en su memoria, más aún como memoria moral.