Aquí en vez de gritar, se canta y la crisis ecológica se siente llena de simbología e imaginación. Una crisis que a todos nos queda grande, nos intimida y nos llena de miedo.
Hola. Te escribo desde Giudecca. Espero que esta carta alcance a llegar para tu cumpleaños. Te cuento que hace unos meses me mudé a La Serenissima para concluir mi libro sobre el escenario actual del arte contemporáneo en Venecia.
Estos meses me la he pasado navegando por los canales, explorando el amplio despliegue de la 58ª Bienal de Arte. He recorrido el arte expuesto en los Giardini, el parque público donde habitan los principales pabellones y el Corderie dell’Arsenale, el espacio expositivo en los antiguos talleres de construcción naval.
La Bienal de Venecia nació en 1895 como un espacio expositivo para las vanguardias artísticas globales. Como lo sabes, además de ser uno de los eventos internacionales de mayor influencia en el mundo del arte, es quizá el último flotador que le queda a la Reina del Adriático, un Patrimonio de la Humanidad gravemente amenazado por la crisis ecológica. En esta laguna con un centenar de islas conectadas por cientos de puentes, se concentran más de 8 millones de turistas al año. Imagínate la proporción: 140 turistas por un local. ¿Será que nos tocará bucear Venecia en unos años?
Para esta Bienal, la apuesta fue reducir el número de artistas e invitarlos a exponer en dos espacios simultáneamente, en el Pabellón Central de los Giardini, al igual que en el Arsenale. Los mismos 79 artistas, pero con diferentes interpretaciones de las complejidades actuales del mundo. Y la mejor noticia, por primera vez más de la mitad son artistas mujeres.
Te escribo sobre todo para narrarte mi experiencia en la ópera performance para 13 voces Sun and Sea (Marina) del Pabellón de Lituania. Es la propuesta nacional ganadora de León de Oro 2019, el reconocimiento más prestigioso de la Bienal. Me uno a los jurados, es el pabellón que más me gustó.
Sé que tu arte es la performance y te dedicas a la cocreación. Y esta es precisamente una performance transdisciplinar cocreada por tres lituanas: cinematógrafa, poetisa y artista compositora.
Una experiencia rica en detalles
Desde las 10 de la mañana – únicamente miércoles y sábados -, la fila de espectadores empieza a bordear los callejones que llevan hacia la Calle de la Celestia por donde se accede a la performance. Entras por una pequeña puerta y caminas toda la marina militar, por donde te va atrayendo la sinfonía de la ópera.
Subes unas escaleras de madera rústica y te encuentras a todos los espectadores asomados en un segundo piso, en un balcón que enmarca la performance. En el centro del edificio hay instalada una gigantesca playa con arena que sostiene a los explayados; varias parejas con sus últimas modas de playa, unas gemelas, dos niños, un perro, un adulto mayor, y una pareja gay.
Los personajes, habitantes locales, algunos italianos, lituanos, e incluso otro par de extranjeros, son voluntarios interesados en experimentar la obra desde adentro. Durante los meses han ido cambiando, pero siempre nos representan a todos, en gustos, estilos, colores y edades. La opera dura 60 minutos y gira alrededor de un día en la playa. Es un diálogo en canto sobre las banalidades que nos inquietan a todos y nos distraen del mayor problema de nuestros tiempos: la crisis ecológica.
Aquí en vez de gritar, se canta; en ella lo literal se desvanece y una temática tan compleja como la crisis ecológica se siente llena de simbología e imaginación. Una crisis que a todos nos queda grande, nos intimida y nos llena de miedo. Durante una hora, a través de poesía metafísica vemos muy de cerca el espejo de la apatía que nos gobierna hoy a todos.
Los personajes tienen sus propias toallas, libros, revistas, protectores solares, botellas plásticas, y mecato. Todos tienen a la mano el omnipresente teléfono inteligente con el cuál se toman constantes selfies, se intercambian mensajes de textos y fotos en redes sociales.
A través de acciones sutiles se exponen cuerpos agotados. Es claro que son unas vacaciones muy merecidas, pero que al final nunca fueron vacaciones. Todos humanos frágiles, así como nuestro planeta. Todo se siente irónico, pero muy cotidiano; se sentía como si todos pudiéramos estar ahí explayados.
La transdisciplinaridad de la performance me hizo pensar en tus proyectos. Aquí se mezclan las artes visuales, el teatro y la música con la literatura y la ecología: hoy colaboraciones vitales para conectarnos a todos.
¿Será que el arte puede ayudarnos a encontrar más formas de despertarnos? Aquí estoy en una isla que avecina su desaparición, la muestra más lúcida del Antropoceno. Y tú, ¿cómo te sientes en Medellín? ¿Insisten en talar más pulmones verdes por vías de cemento y polución? Posiblemente los vecinos de San Lucas deban organizar su propia opera playera.